Cada miércoles un cuento en El Estafador

viernes, 27 de marzo de 2009

A veces tengo dudas


Darío me tenía acorralado contra el borde de la cama. No me atrevía a respirar porque si espiraba con demasiada fuerza podía caerme. Los minutos pasaban y no conciliaba el sueño. Me durmiera cuando me durmiera, ya nada me libraría de estar hecho polvo al día siguiente. Por su parte, Mercedes dormía como una marmota. Después de haber amamantado a dos cachorros humanos, había desarrollado la capacidad de sumirse en sueños profundos durante los cortos e infrecuentes momentos de tranquilidad que encontraba.

Darío tosía sin cesar y su fiebre me daba calor. Los niños son un encanto pero cuando están malos, el aliento les huele a rayos y centellas. El de mi pequeñín lo tenía a escasos centímetros de mi sufrida nariz. Era como estar al lado de un troll.

Por fin dejó de toser pero entonces empezó a hacerlo Juan. Otro vuelco de corazón. Y es que una tos de Juan puede terminar facilmente en una vomitona de esas para enmarcar.

Entonces me pregunté: ¿En qué estaría yo pensando para meterme en esto?

(Lo que pasó a la mañana siguiente con Darío y el jarabe mejor no lo cuento. Si acaso puedo decir que solo a un hijo se le perdona que te vomite encima repetidas veces a lo largo de 48 horas para olvidar).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Angelico qué tormento! Rercuerdo una etapa de mi prima en la que se dedicaba a vomitar como un surtidor de fuente... Era como la vieja racista de Little Britain (que se ve la manguera detrás de la boca...)

Al final desarrollamos la habilidad de recoger al vuelo el fluido proyectado con algún recipiente que tuviéramos a mano.

Ánimo que un día dejarán de potar pero aprenderán a hacer cosas peores...

elhombreamadecasa dijo...

Gracias por los ¿animos? ¿Qué quieres decir con los de cosas peores?