Cada miércoles un cuento en El Estafador

martes, 4 de marzo de 2008

Veinte años no serán nada pero quince son un montón

Sí, ayer vi el debate. Igual que hace quince años. Bueno... igual lo de ver el debate porque todo lo demás es más bien distinto. Recuerdo que nos juntamos Jorge, Miguel Ángel y yo en la casa del primero para ver el cara a cara entre González y Aznar. La madre de Jorge nos preparó una cena estupenda con croquetas, empanadillas y unas delicias de calamar a la romana que, lamentablemente, olvidé preguntar de qué marca eran. Si lo hubiera hecho no habría estado todos estos años intentando dar con ella mientras peregrinaba de supermercado en supermercado (pido al lector y a la lectora comprensión con las hipérboles de este pobre escritor). Después del debate nos enzarzamos en el nuestro propio, muy gratificante. Al día siguiente nos vimos las caras a primera hora, en Anatomía creo, y tan felices. Yo, en realidad, estaba más ocupado en sentarme al lado de ella que en otra cosa.

En el de ayer cené rápidamente, al tener hijos uno aprende a comer a la velocidad de Triki, y me pasé casi todo el debate con riesgo de calambres en el brazo derecho (que era con el que moví de un lado a otro el carricoche de Darío durante varias horas). Mercedes se durmió antes incluso del bloque de economía y no tuve con quién comentar el tema.

(Nota entre paréntesis, como bien indica el paréntesis anterior: Leí hace tiempo, no sé dónde ni a quién que los niños pasan una etapa en la que la amistad es espontánea, intensa y breve. Hablaba de los niños como si los adultos trataran la amistad de forma distinta. Muchos de los amigos de la carrera, que nos creímos inseparables ya en 1º, es como si hubieran dejado de existir.)

No. No voy a dar mi opinión al respecto de quién ganó. Las televisiones ya se encargaron de dar unos sondeos a una velocidad pasmosa. Así es este mundo moderno: rápido, simplón, unidimensional. Entiendo el interés por la corbata y el traje. De verdad que lo entiendo. Por mi parte, si alguno se hubiera presentado con camisa blanca, corbatín negro y traje de tres botones y solapa corta y estrecha, lo hubiera votado. Igual que tengo que decir que el traje de Rajoy parecía haber sido coloreado en un todo cien. Menudo azul. Lo que no entiendo es esta cosa de las prisas y las simplificaciones. Apenas diez minutos después del final, las teles ya daban al ganador. ¿Pero es que nadie necesita pararse a pensar en lo que oyó? ¿Nadie reflexiona? La cultura occidental tiene un fallo de base que es su deseo de hacerlo todo dicotómico, blanco o negro, bueno o malo, ganador o perdedor. Después se encargó de atomizar el conocimiento y ahora nos dan opiniones cerradas a la velocidad de la luz. Pues yo no sé quién ganó. Sé que la primera intervención de Rajoy parecía destinada al público de Barrio Sésamo y que, como dijo Verdú en una radio, Zapatero tenía un aspecto demacrado, como de hecho polvo.

Sobre la perorata final de Rajoy también podría decir algo. Lo de la niña se hizo empalagoso y me recordó a un gag que le vi al Follonero en La Sexta. Se subió a un estrado en un mitin del PSOE y soltó unas cuantas frases que encendieron a la parroquia. Luego hizo lo mismo en un mitin del PP, con las mismas frases, y lo volvieron a vitorear. Da mucha risa y mucha pena. Hace unos años trabajé en un proyecto europeo contratado por una ONG. También participaba el Ayuntamiento de Murcia y la Comunidad Autónoma. Entre las muchas cosas que me tocó hacer, estuvo la de escribir algún que otro discurso para los políticos de turno. Como nunca me ha importado mucho perder los trabajos, y además contaba con la amistad y complicidad de los jefes, escribí el discurso que me dio la gana. Recuerdo la horrible sensación de escuchar a un político del PP recitar mis palabras sin ningún pudor ni vergüenza. Lo primero que pensé es que mi discurso no era tan de izquierdas como me creía. Pero luego me di cuenta del truco: la derecha hace tiempo que planificó fagocitar todos los discursos, todas las palabras y todas las ideas para hacerlas suyas. Muy inteligente. Maligno pero muy inteligente. El discursito final de Rajoy es un claro ejemplo de ello.

Y ya, que en realidad el debate tampoco es tan importante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una pena lo de los amigos de la facultad, pero todos somos un poco culpables, y es una pena lo del debate o mejor dicho, lo de hacernos creer que eso es un debate.