No voy a calificar mi vida, sólo diré que lo más excitante que hago al cabo de la semana es desayunar en IKEA. Y no hablo de las reformas que están haciendo en el Mercadona de mi pubelo. Estoy como loco por descubrir las sorpresas que me tienen preparadas: nuevos expositores para el embutido, productos congelados nunca vistos hasta ahora, una ampliación considerable de la sección de bebidas... Que me voy por donde no es, retomo la senda de la tienda sueca según indica el mapa.

En las dos semanas que estuve con la baja por paternidad íbamos a merendar los viernes por la tarde pero después, no sé muy bien por qué, la verdad, ya no podíamos ir y lo cambiamos por el desayuno un día cualquiera de entresemana.
Estos momentos familiares dan para mucho, quizás algún día cuente aquella vez en que mi chiquillo mayor reclamó la silla en la que estaba sentado yo y, al no ceder a su petición, me soltó tal guantazo que las gafas salieron volando. Y todo el mundo mirando, menudo papelón. La última vez que fuimos, mientras desayunábamos tranquilamente mirando el paisaje que los centros comerciales de Murcia ofrecen, se me ocurrió ojear la factura. Supongo que es esa cosa de leer todo lo que se pone a mi alcance: cajas de galletas, bricks de leche, panfletos tirados por al calle... De repente reconocí el nombre de la cajera que nos había cobrado: E. P. A. No reconocí su cara porque había crecido mucho pero su nombre me hizo recordar épocas de colegio e instituto (¿puede ser que me esté quedando un blog muy melancólico lleno de recuerdos por todas partes?).
La chica en cuestión era la hermana del que en tiempos escolares fuera mi amigo del alma. Éramos tres: Ricardo (por aquel entonces más conocido como Riki), Javi y yo. Pasábamos los recreos juntos, nos quedábamos a dormir unos en casa de otros, quedábamos por las tardes para ir a pasear por El Corte Inglés...
Después pasamos al instituto y las cosas empezaron a cambiar, y como bien advierte la canción: a peor. Ricardo entró en una clase y Javi y yo a otra. Bueno, la peor parte de la separación se la había llevado Riki, aparentemente. Él fue haciendo nuevos amigos y desplegando sus incipientes artes de casanova. Yo seguí con Javi sin darme cuenta de que había empezado a odiarme. Todavía no sé qué pasó. No sé si hice algo mal o fue que se hartó de mí sin mayor razón. Fue distanciándose y haciendo cada vez más evidente su desprecio hacia mí hasta que dejó de hablarme. Sin ninguna explicación. Nada. De verdad que todavía quiero saber qué pasó.
Durante a

En los coletazos de nuestra amistad, Javi se encontró en casa con dos discos de The Joshua Tree, no sé muy bien cómo ni por qué. Y como no qu

Si no fuera por la frase del principio que me compromete diría que la vida es un asco.
PD: Javi, si lees esto y quieres tu disco de U2, basta con que me lo digas, yo sólo te lo estoy guardando para que no lo descubra tu madre.
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