Cada miércoles un cuento en El Estafador

viernes, 21 de marzo de 2008

Informe ceroseis

Esta mañana me he levantado de mal humor. Qué le voy a hacer, tengo ese carácter. Después de un paseo por una ruta que hay cerca del camping, se me ha pasado el enfado. Es lo que tienen los paisajes abiertos, llenos de tonos de verde, flores, animalillos, un riachuelo. Da mucho gusto que la vista pueda expandirse más allá de los constreñidos paisajes urbanos.

Ayer por la tarde fuimos al cine. Digamos que los planes estaban bien pensados pero el tiempo no ha acompañado. Tanto el acuario como el cine eran alternativas a tardes de lluvia. Sin embargo, las tardes del miércoles y del jueves han sido muy buenas. Y justo las de hoy y mañana, que no tenemos plan B, son las lluviosas. Hasta estamos en alerta por nieve. Esperemos que la casa no se haga un espacio demasiado pequeño.

Fuimos a ver Horton. Los cuatro. Una apuesta arriesgada que nos salió muy bien. Darío muestra ya una verdadera fascinación por las imágenes. A veces hasta deja de mamar para ver la tele. La mitad de la película se la pasó con los ojos muy abiertos mirando a la pantalla y la otra mitad, angelico, durmiendo. El que se lo pasó bomba fue Juan. El comienzo de la película lo recibió con gritos emocionados y abrazado al cubo gigante de palomitas. El cubo le quedaba a la altura de la boca por lo que no tenía que molestarse en usar las manos para comer, le bastaba con agachar un poco la cabeza y abrir la boca, como si estuviera pastando. En los momentos en que la tensión subía y los malos amenazaban a Horton y a los quién, Juan lo pasó fatal, llegando a llorar en varios momentos. Y ahora es cuando yo debo ser coherente con el tono de este blog y reconocer que yo también lloré. Me salva que no lo hice por la trama de la película sino por empatía con Juan. Es que con las lágrimas me pasa lo mismo que con los bostezos: veo a alguien llorar y se me pega. En otro momento contaré lo de aquella tarde en que haciendo zapping lloré primero con Tú a Boston y yo a California y después con Marco.




Lo que más me gustó fue la parte en que la narración se rompe y, como en Kill Bill, la imagen se vuelve manga, convirtiendo a Horton en un héroe a lo japonés. Impagable el momento en el que lanza un kame hame ha.

A Mercedes no le acababa de cuadrar eso de una ciudad en una mota de polvo. Este tipo de resistencias me llaman la atención: la existencia de animales extraños que hablan y piensan no le extrañana pero la mota de polvo sí. ¿Por qué antes de la película Villa Quién estaba tan tranquila en su mota y luego todo son problemas? se preguntaba. Recuerdo cuando fuimos a ver
Delicatessen. Toda la película es bastante increíble pero al salir del cine la agria polémica habitual se estableció alrededor de un váter. Ya al final de la peli, el edificio en el que están los protagonistas se viene abajo y el chico y la chica se salvan porque justo el váter al que se agarran no se cae. Había gente que aquella casualidad le parecía muy forzada y fuera de lugar. ¿Por qué aceptamos toda una historia imposible y nos negamos a creer algún hecho pequeño y casual? A mí me gusta planteame cuestiones que mantengan la coherencia dentro del contexto de ficción. Por ejemplo: ¿No corre Lois Lane el riesgo de ser descuartizada al irse a la cama con Clark Kent, alias Superman?


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