Vivo, por si no lo había dicho antes, en un sitio que se llama Espinardo. Espinardo es una pedanía de Murcia. Y pedanía es un concepto que muchas veces no se conoce fuera de esta recalificada región. Para no extenderme en temas sin interés, diré que una pedanía es una cosa que reúne en sí misma lo peor de una ciudad y lo peor de un pueblo.
Para mucha de la gente que vive en Espinardo, el mundo se reduce a Espinardo. Más allá es poco menos que el extranjero. Por aquellas vueltas que da la vida, he acabado viviendo al lado de mi abuela, puerta con puerta. Ella presume mucho de lo bueno que son todos los vecinos y de lo bien que se llevan unos con otros. Somos como una familia, dice. Nunca matiza si como una familia buena o una familia mala.
Hace poco estaba en mi casa y me volvió a decir qué buenos son todos y que los vecinos de la calle son como una familia. Fíjate, me dijo, siendo cada uno de un lado y lo bien que nos llevamos. Entonces, y por un segundo, pensé que iría a decir: siendo uno de Madrid, otro de Barcelona y otro de Granada. O: siendo uno de Bélgica, otro de Bolivia y otro de Corea del Sur. Pero no. Lo que dijo fue: fíjate lo bien que nos llevamos siendo cada uno de un lado: Guadalupe, el Cabezo, Albatalía.... Vale, el chiste pierde la gracia cuando no se conoce los lugares citados. Al sitio más lejano de los que dijo se puede ir caminando en un relajado paseo. Espinardo el centro del mundo y cualquier pueblo o pedanía, por pegada que esté (mirad si no en Google Earth), otro país.
Así las cosas, no es de extrañar la que se está liando porque la mujer que pasa las noches con mi abuela sea rumana. A la prevención frente al extranjero de quien no se ha distanciado de su casa más que 50 ó 75 kilómetros (la distancia a las playas murcianas) hay que sumarle las noticias confusas y frecuentes sobre robos a casas por parte de bandas de rumanos, búlgaros o cualquier otra procedencia de Europa del Este elegida al azar.
Cómo se te ocurre meter a una extranjera, le reprocha a mi madre un vecino de toda la vida. Lo que tenéis que hacer es meter a una española, sentencia. Otros la llaman a un aparte para pedirle en susurros que la mujer en cuestión no se entere de que van a pasar unos días fuera de casa. Otra ha puesto una alarma bien vistosa en su portal.
Por si fuera poco, en un edificio nuevo de la punta de la calle han entrado a robar. En este caso parece que los ladrones eran árabes. Me sorprende que el superpoder de conocer el origen de una persona por un simple vistazo esté tan extendido. En todo caso, y aprovechando que tengo una teoría insustancial para cada cosa de la que me entero, sostengo que se trata de un robo fingido bien para (1) hacerse el interesante o (2) cobrar el seguro.
Los tiempos cambian que es una barbaridad. Los habitantes de Espinardo siguen moviéndose en un radio de un puñado de kilómetros. Pero ahora el mundo se mueve por ellos y sin salir de su pedanía se cruzan ya por la calle con guineanas, árabes, ecuatorianos, rumanas... Es casi como una de mis fantasías de infancia: imaginaba que si pudiera flotar sobre el suelo, la Tierra seguiría moviéndose y vería pasar el mundo a mis pies.
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