Cada miércoles un cuento en El Estafador

miércoles, 26 de marzo de 2008

Informe unotres (y final)

Escribo ya desde casa en un insusual punto y seguido de las vacaciones: Mercedes y los niños se han quedado en Albacete y yo he vuelto para trabajar. Por una vez: ¡Viva el trabajo!


El tiempo lluvioso nos decidió a volver un día antes de lo previsto. El lunes, a las siete y cuarto de la mañana, con el coche cargado hasta el último rincón, iniciamos el retorno. Teníamos un poco de miedo de que nos nevara antes de cruzar el puerto del Huerna (¿se escribe así?) pero tuvimos suerte. Había nevado el día antes, eso sí, y las vistas eran sencillamente impresionantes. Para un habitante nativo de Murcia como yo, pasar por un paisaje de montaña cubierto de nieve es dar todo un salto interdimensional.


En la primera parada nuestros hijos dejaron bien a las claras que han heredado de mí el gen llamado verás-cómo-vomito-cuando-menos-te-lo-esperes, también conocido como sí-aunque-te-parezca-imposible-hoy-también-voy-a-vomitar. (Que conste que, por mi parte, estaba deseando que ninguno de los dos se pareciera a mí en nada). Después de mamar, Darío vomito los excedentes en el hombro de Mercedes. A mí me dio por reírme y, tal vez por eso, un par de minutos después, Juan vomitó sobre mi abrigo. En este caso, el vomito se debió a un bocado demasiado grande al bocadillo. Por suerte, era simple comida masticada, sin esos ácidos que corroen y huelen como mil diablos. Cada vez que mis chiquillos vomitan, al menos una vez al día per cápita, me acuerdo del entrañable Vomitón, ese extraterrestre que llega a la Tierra y cae en manos de Chris Peterson, ya es mala suerte. ¿Qué fue de la mítica serie Búscate la vida?


Juan estaba cansado y durmió buena parte del viaje. Pero en el tramo que fue desde la primera parada y la R3 de Madrid, Darío estuvo despierto. Mercedes conducía, así que me tocó a mí entretenerlo. Estuve haciendo coreografías con las manos y cantando con voz aflautada hasta que los calambres en los dedos me obligaron a parar. Pero el resultado fue tan bueno que estoy barajando seriamente presentarme a la siguiente edición de Tienes talento. Seguro que con mis quirodanzas y cantos de pitufo, arraso.




Por suerte, el destino final no era Murcia sino Albacete, donde viven mis suegros. Estoy por afirmar que de haber tenido que recorrer 150 kilómetros más, hubiéramos muerto en el intento.


Al poco de desembarcar en la casa de los padres de Mercedes, tuvimos una revelación. En un visto y no visto, la entrada se llenó con el carricoche, el patín supletorio de Juan, la silla portabebés... La habitación de mochilas. El salón de juguetes de Juan. La cocina de restos de la merienda. Somos como Atila y los hunos, dijo Mercedes. Y eso que intentamos llevar cuidado.



En fin, que ya estoy en casa. Y antes de llegar he parado, cómo no, en el Mercadona para hacer la compra. Mercadona... donde parece que, últimamente, todo empieza y todo termina.

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