El Alto visto desde La Paz. |
La temperatura habitual por la noche era -15ºC. Dormíamos con cuatro o cinco mantas y varias botellas de agua caliente.
Vivíamos en una casa parroquial. La hermana L. no lo veía bien porque no estábamos casados. Pero luego nos dejaba ir a su casa a ver en la tele por cable los partidos de España en el europeo de 2000.
La hermana L. estuvo un tiempo trabajando en un pueblecito cerca del Titicaca. Fuimos a pasar allí un fin de semana.
Probamos la fondue de carne de llama. Espectacular.
En El Alto había una maestra española que, pongamos, se llamaba Leire. El amigo con el que estábamos le gastaba todos los días la misma broma. Leireeeeee, que te llaman de España. Ella dejaba todo lo que estaba haciendo y salía corriendo a coger el teléfono. Luego era mentira.
El día más feliz de Mercedes fue cuando fuimos a merendar a la casa de la hermana J, y le dio pipas. Llevaba más de cuatro meses sin probarlas.
La gente que allí trabajaba era de una entrega insuperable. Mi admiración la tienen para siempre. Pero no faltaba el buen humor o el humor negro, afortunadamente. Los domingos nos juntábamos y hacíamos unas comilonas de órdago. Era habitual que alguien dijera: Cerrad la puerta que no nos vean los pobres y se les revuelvan los jugos del estómago.
Había un cura libanés con unas manos del tamaño de un portaaviones que, después de comer, se arrimaba un cuenco enorme de cacahuetes y se los iba echando a puñados a la boca.
Nos llamaban, por defecto, a mí padresito y a Mercedes hermana.
Por las tardes, trabajábamos con un grupo de niños. Había una niña que sujetaba todos los lápices de colores en su mano izquierda y, sin soltarlos, iba cogiendo los que necesitaba con la mano derecha.
Vivíamos en una casa parroquial. El cura que nos daba cobijo conocía a un médico que estuvo en la guerrilla con el Che. Le supliqué que me lo presentara. Para recibirle y agasajarle, decidí preparar migas. Estaba a medio cocinar, cuando llamaron a la puerta. Salí a abrir con el delantal puesto y un trapo en las manos. Era él. El guerrillero. El compañero del Che. Y yo con esas pintas. Me dio vergüenza pero ahora sé que mi atuendo era digno, y más que digno. De hecho, lo recibí a lo Durruti.
Visto con perspectiva, fuimos felices en El Alto.
Joserra me sugiere que añada una esta canción a la entrada. Y si lo dice Joserra, yo lo hago, además es Van The Man Morrison:
Joserra me sugiere que añada una esta canción a la entrada. Y si lo dice Joserra, yo lo hago, además es Van The Man Morrison:
6 comentarios:
Me has puesto mimosín total Fede y como siempre tengo una canción para cada sensación ahí te va el enlace.Mucho amor en esta entrada! Un abrazo maifren!
Creo la deberías añadir a la entrada.
http://www.youtube.com/watch?v=_lyve_egY8o
Joserra, dicho y hecho.
Qué bonitos recuerdos, Fede! La verdad es que me ha dado muchísima envidia de la sana y buena el conocer estas experiencias bolivianas.
La música de Van Morrison, la guinda al pastel.
A partir de ahora usaré de coletilla "a lo Durruti".
La dignidad de los pueblos, si señor.
A.
La envidia me corroe... sana, como dice paparracho.
Y me corroe porque tuvimos oportunidad de hacer algo así y al final no lo hicimos y no hay cosa peor que arrepentirse de algo que no has hecho y que tenías muchas ganas de hacer... bueno, sí, hay cosas peores pero esta aun así es muy chunga.
He vuelto a leer lo de Durruti y me he vuelto a emocionar así que ahora mismo lo comparto porque es de compartir total. :)
Paparracho, mamanatas, nunca es tarde si la dicha es buena. Mercedes y yo, en cuanto los tengamos medio criados nos volvemos para allá.
A., pues sí, el delantal puede decir mucho de uno. Hay que saber llevarlo con la cabeza bien alta.
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