La cosa no es grave. Anginas. Sus antipiréticos, sus lavados de fosas nasales y su antibiótico cada ocho horas. Ya, como si fuera tan fácil hacerlo como decirlo. Quien haya intentado darle un medicamento a un niño que no lo quiera tomar sabrá que se trata de una de las tareas más difíciles que se le pueden encomendar a un ser humano. Las primeras veces le engañábamos vilmente con el biberón. Mira, Darío, ¿quieres agua? Y cuando abría la boca en vez de la tetina le metíamos la jeringa con la pasta blancuzca mata bacterias. Pero esos trucos valen para, con suerte, un par de veces. Al final tienes que hacerlo a la fuerza. Lo de esta mañana me ha recordado a una de esas escenas finales de Mortadelo y Filemón en la que atan al Superintendente Vicente a un árbol, le meten un embudo por la boca y le hacen tragar todo tipo de cosas. (Nota para mí: ir esta mañana mismo a pillar un embudo en algún multiprecio).
He pasado un buen rato buscando una escena como la anterior en mi colección de tebeos de Mortadelo y Filemón. No he encontrado ninguna así que os pongo una secuencia con Bacterio que creo refleja a la perfección cómo se siente Darío cada vez que le damos su medicina:
asdasd
(Lo único bueno de que mis chiquillos, rabos de lagartija alimentados con pilas atómicas, se pongan malos es que se dejan abrazar sin retorcerse como locos para que los dejes seguir a lo suyo.)
1 comentario:
Ese amor de padre incondicional que destilas en tus escritos te honra como, incluso siendo un padre pop
Publicar un comentario