Cada miércoles un cuento en El Estafador

viernes, 3 de octubre de 2008

La mosca detrás de la oreja


El abogado que no tengo me recomienda que no diga nada de este asunto, que sea prudente y que no meta la pata. Cállate, me dice, mantén la boca cerrada. Pero una de las últimas canciones de Niños mutantes parece dedicada a mí. La canción dice: "Te favorece tanto estar callada", en mi caso callado. Sé que me he metido en más de un problema por hablar pasándome de listo. Por ejemplo, a una de las parejas más sólidas y duraderas que conozco les auguré que no durarían más de dos meses. También soy mucho de lanzarme a decir: venga, va, ya lo hago yo. Y luego voy siempre con la lengua fuera arrepintiéndome de ser tan vocazas. Pero no puedo evitarlo. Me pasa lo mismo con el picante, sé que no me sienta muy bien pero si hay tengo que comer. En todo caso intentaré ser un bocazas prudente, valga el oximoron (¡toma palabra!).

Hace unos meses hice un trabajo para una empresa a la que llamaremos N. Acordamos que cobraría ese trabajo en octubre. Lo suyo hubiera sido que al acercarse la fecha me hubieran llamado, me hubieran pedido el número de cuenta y me hubieran pagado. Pero algo me hacía sospechar que no sería así. Al poco de volver de vacaciones, le mandé un correo al jefe de N. sin mostrar mucha ansiedad en cobrar preguntándole cómo iba el asunto. No me contestó. Qué raro, pensé, siempre me respondía a los correos. A la semana mandé otro correo de esos que piden confirmación de lectura y un símbolo de admiración bien rojo. Tampoco hubo respuesta. Escribí a otra de las... no puedo decir su cargo que si no desvelo el asunto... bueno escribí a otra persona de N. y tampoco me respondió. Hubo un tercer mensaje al jefe sin respuesta. Bien, pensé, habrá que pasar al teléfono. Y ahí fue cuando empezó a cundir el pánico. El fijo comunica siempre, pero con un ruido extraño, como de teléfono arrancado o teléfono fantasma. Con los móviles tres cuartos de lo mismo. Ninguno está operativo, a ninguna hora.

No paro de darle vueltas y no se me ocurren más que explicaciones desastrosas. Lo que más me fastidia es que algo así es tan propio que me pase a mí. Espero que dentro de unos días pueda reírme de todos estos temores porque lo contrario sería muy mala señal.

Postdata escrita un día después: Como era sábado, Darío se ha despertado antes que nosotros. Lo hemos echado a la cama y hemos estado un rato ganduleando. A nosotros nos gusta mucho el colecho a pesar de que algún predicador descerebrado diga que tal cosa provoca serias lesiones mentales en los niños. Todo mentira. El caso es que entre bostezo y bostezo hemos estado hablando Mercedes y yo (cosa rara en estos tiempos que corren) y a mí se me ha ocurrido decir lo seguiente: pues parece que Darío no ha salido tan vomitón como Juan. Bien, pues un rato después le he dado el biberón. Conforme le daba el último chupetón a los estupendos 210 mililitros que le había preparado los ha vomitado cual sifón a presión. Lo dicho: para qué hablaré.

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