Qué más quisiera yo que no daros la murga con mis visitas al dentista pero no me queda más remedio. He puesto un título atractivo para engañaros y que os pensárais que iba a hablar de otra cosas. Pero no, aquí van dos episodios más de mis desventuras dentarias.
En el dentista (III)
La semana pasada acudí a la consulta de ORC el Devastador (de dientes y bolsillos) para que me dijera si el hueso había cicatrizado bien y ya me podían hacer el implante. Hombre, ¿qué tal?, me saludó con su simpatía bronceada y engominada. Luego hizo chistes con mi nombre. Que si Federico Jiménez Losantos (¿se escribe así?), que si Federico Trillo... Arghh, qué rabia, prefería cuando en el colegio me llamaban Federico García Lorca sin ton ni son.
Estaba allí sentado con mi boca abierta de par en par y me suelta tan pancho: Vaya, no te dije en la visita anterior que tienes aquí un caries. Pues no, no me lo dijiste. ¿Es que no te miras los dientes? Yo no, para eso vengo aquí. Pues, hala, otro empaste y a seguir pagando. Estoy pensando seriamente en pedirle su número de cuenta y domiciliarle mi nómina directamente.
Me hizo abrir mucho la boca y yo con eso tengo un problema y es que me dan ganas de vomitar. Mientras contenía las arcadas repasaba mentalmente la consulta para ver si encontraba un lugar adecuado para vomitar. Solo encontré el pequeño desagüe en el que te hacen escupir después de enjuagarte. No había más remedio que concentrarse y aguantar. Hubo suerte, por poco.
En el dentista (IV)
Ayer me implantaron el tornillo de titanio, mucho más caro, pero que mucho más caro, que los tornillos de ferretería. No fue ORC sino su colega, un dentista cuyas siglas son más bien ridículas y no dan pie a ponerle un nombre aterrador. Quizás podría apodarle El dueño del taladro, que fue lo que usó para hacerme el agujero en la encía. Bendita anestesia.
Cuando me estaba cosiendo la encía para dejar bien tapadito el tornillo, me acordé de mis años de veterinario y sentí una punzada de nostalgia. Dar puntos era lo que mejor se me daba, dejaba las heridas de los perros hechas un primor.
Lo mejor de todo es que resulta que si uno fuma el riesgo de que fracasé el implante es mayor. Ay, qué malo es el tabaco. Me dio unas explicaciones muy detalladas del por qué que me sonaron a justificaciones exageradas. A los médicos debería darles por investigar la maldad del trabajo y su correlación con todas las enfermedades que padecemos. A todos nos iría mejor.
En mi interior ya hay una pieza metálica. Ya no soy un hombre cien por cien natural. Estoy a un paso de convertirme en Cyborg, el de Los jóvenes titanes:
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