Cada miércoles un cuento en El Estafador

sábado, 25 de octubre de 2008

La palabra justa


Después de pelear cuerpo a cuerpo con Darío para que se durmiera, después de ordenar media casa (ni la segunda ley de la termodinámica podría explicar la entropía que reina en mi hogar por doquier), después de barrer y fregar la misma mitad, después de preparar la comida para el pequeñín, después de fumarme un cigar y aumentar en un 1% el riesgo de fracaso en el implante molar (que conste en todo caso que he reducido mi ingesta a dos diarios y doy caladas suavecitas para que la vasocontricción que se produce al aspirar sea poca y no baje mucho el aporte de oxígeno al hueso de la encía), después de tender una lavadora de color y después de hacer cuarenta abdominales en mi lucha sin cuartel contra el michelín me dispongo a contar la enésima anécdota de mis hijos. ¿Es esto un claro ejemplo de explotación infantil? Podría ser. Lo que está claro es que si cobrara por este blog, ellos deberían embolsarse el 80 ó 90% de las ganancias.


Volvíamos en coche del cole. Cada vez que le pregunto a Juan cómo le ha ido en clase me responde (a) no te lo puedo decir, es un secreto o (b) no me acuerdo. El segundo tipo de respuesta me recuerda siempre a Bogart en Casablanca cuando le responde a su chica, después de que ella le preguntara dónde había estado la noche anterior, que no se acordaba porque hacía mucho tiempo. Ese día no me contó nada sobre el cole pero me aseguró que él lo sabía todo sobre los animales. Soy un anfibio, concluyó. ¿Un anfibio, por qué dices que eres un anfibio? Pues, fede, respondió, porque lo sé todo sobre los animales.








PD: Cada vez que friego el suelo me acuerdo de uno de los jefes que tuve en mi época de veterinario. Sus siglas eran el comienzo del abecedario (A.B.) y hablabla, si eso es posible, más que Juan. Entre mis funciones se encontraba la de fregar la clínica. Un sábado que tuve que ir por la cara para una operación, me manché de lejía los pantalones después de fregar. Se me puso tan mal humor que me dio dos mil pesetas para que me comprara unos nuevos. Eran otros tiempos. Él me enseñó que había que cambiar el agua de la fregona cada poco tiempo porque si no ibas limpiando con agua sucia. Lo que pasa es que era un poco exagerado y me hacía cambiar el agua cada cuatro metros cuadrados. Recuerdo también que teníamos un pique muy particular. Nos gustaba ver quién acertaba el peso de un perro a pulso. Lo tomaba yo y decía: este pesa unos 12 kilos. Lo tomaba él y decía: no, no, pesa 12,5. Luego lo comprobábamos en la báscula. Cuando acertaba él me lo restregaba el resto de la tarde. Cuando acertaba yo pasaba rápidamente a otra cuestión.


PDII: Mercedes y yo le estamos cogiendo gusto a la buena vida. Esta noche nos vamos de concierto one more time. Vamos a ver a Vetusta Morla, el grupo revelación de los últmos años según ella. Pocos grupos pueden presumir de tener unas letras que sean brillantes sin la música, se pueden leer y emocionan casi igual que cantadas. Y cómo editaron el disco. Una virguería. Las letras iban en transparencias y daban una pieza numerada de un puzzle que me dejó de lo más pillado. Gracias a su hermano Javi y a Leti, su novia, por hacerlo posible quedándose con nuestros retoños.



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