Cada miércoles un cuento en El Estafador

martes, 7 de octubre de 2008

Gran hermano


Durante un tiempo, allá por el año 2000, Mercedes y yo vivimos una temporada en una casa parroquial en El Alto, Bolivia. En una de las paredes del patio se podía leer una frase de Guillermo Rovirosa: "Nosotros no proclamamos la revolución, nosotros somos la revolución".

A José Luis, el cura, le daba igual nuestra situación, pero la hermana Luisa nos dijo una noche que ella desaprobaba que viviéramos en tal sitio sin estar casados. Lo dijo en buen tono y nadie se ofendió. La hermana Luisa era, es, una mujer fuerte, luchadora, dulce y admirable. Tambien italiana, lo que le daba un acento muy interesante y una fuerza especial a sus insultos. Una tarde, subiendo de La Paz, pillamos un atasco increíble a la entrada de El Alto. Un coche le hizo la pirula. Ella bajó la ventanilla del pick up que conducía y empezó a soltar de todo por su boca. El conductor discolo huyó aterrado del lugar y un par de policías acudieron raudos a abrirnos paso.



(calle a la que daba una de las puerta laterales de la casa parroquial)


Un fin de semana nos invitó a pasar una noche en una casa que su comunidad tenía a la orilla del Lago Titicaca. Al pasar por los peajes-controles, le daban al encargado una estampita de alguna virgen y un puñado de galletas caseras y asunto resuelto. Nos llevó todo el viaje escuchando a José Luis Perales. Era megafan del del Cuenca, algún defecto tenía que tener.

Me acuerdo que a la mañana siguiente, paseando por el pueblo fantasma (Luisa afirmaba que allí vivía gente pero no vimos a nadie), Mercedes y yo nos peleamos. Eh, no todas las parejas pueden presumir de haberse peleado en varios continentes.


(paseando por el lago Titicaca, de izquierda a derecha: Luisa, Ana y Mercedes)


Bien, debo decir que todo lo anterior no venía muy a cuento de lo que iba a contar pero es que me apetecía recordar a la hermana Luisa. Ahora viene lo que quería contar.

Un sábado, Mercedes y yo decidimos tirar la casa por la ventana y nos bajamos a comer a La Paz. Caminamos sin rumbo hasta que vimos un hotel donde se ofrecía un menú interesante y no muy caro. A mitad de la comida, un tipo se nos acercó para preguntarnos por no sé quién. No somos nosotros, le dijimos. Disculpen, disculpen, repitió varias veces el pájaro. Cuando nos levantamos para pagar, descubrimos que el bolso había volado. Era el típico truco de que alguien llame tu atención para que otro te birle el bolso. Resultó que todo el mundo lo había visto pero nadie nos había dicho nada. Después solo dijeron una y otra vez: han sido peruanos, han sido peruanos. La xenofobia es universal.

Tuvimos que regresar corriendo a la casa parroquial y llamar para anular la tarjeta de crédito. Nos pasaron con la central de Visa en Miami (dónde si no) y la telefonista le hizo a Mercedes toda clase de preguntas para confirmar su identidad, ¡incluido el nombre de su abuela paterna! De verdad, le preguntaron el nombre de su abuela y lo más espeluznante era que ellos ya lo sabían. Joder, sabían cosas de Mercedes que yo mismo desconocía. Aquel no fue un buen día.

Recientemente, el lunes de la semana pasada, fui con Ceferino (el padre de un compañero de cole de Juan) a abrir una cuenta en La Caixa. La Comunidad Autónoma de la Región de Murcia y su Consejería de Educación, en un exceso de generosidad sin igual, otorgan 100 euros por aula y curso para que la maestra compre material. Con eso no hay ni para pipas y las familias tenemos que aportar una cantidad por criatura al cabo del curso para poder funcionar. Dos personas abren la cuenta y allí se va depositando el dinero.

El de la caja estaba copiando nuestros datos y me preguntó mi dirección. Calle tal y cual, dije yo pero él no me dejó terminar. Número 12, apuntó. ¿Teléfono? 968 empecé y de nuevo me interrumpió para demostrar que en su pantalla ya aparecía mi número de teléfono. Pero, ¿cómo la sabes si yo no he tenido nunca cuenta en La Caixa? El tipo se limitó a esbozar una sonrisa de lo más sospechosa.

(Al marcharme me pareció verle un pinganillo como los que usaban los agentes de Matrix. Supongo que serían imaginaciones mías.)

4 comentarios:

owachy dijo...

Te animo a seguir contando experiencias vividas en tus correrías por latino-américa, son muy instructivas y a mí siempre me ha gustado escuchártelas (aunque muchas veces se confundan la alegría y el desencanto).
Incluso que tienes material suficiente como para un libro de viajes o, quizá mejor, para un ensayo hacerca de la grandeza y la inmundicia que adornan al ser humano.
Respecto a Matrix, si alguien te ofrece la pastillita roja alguna vez... no dudes, lánzate sobre ella y trágatela. ¡Carpe Diem!

Anónimo dijo...

ufffff... releyendo me he topado con un "hacerca" que casi me hace estallar un buen puñado de neuronas...
Serán los duendes de la red... ;)

elhombreamadecasa dijo...

Y yo venga a repasar mis post buscando el "hacerca", qué susto. En todo caso no me extrañaría, soy capaz de eso y mucho más.

Es una pena porque las pastillas que me ha recetado el médico son azules (y no, no es viagra). Le preguntaré la próxima vez que vaya si las tiene rojas.

owachy dijo...

Jajjaja...
Perdona Hermano, con lo de las pastillas azules no he podido evitar partirme de la risa...
A lo mejor los Morfeo de hoy en día andan disfrazados de médicos en algún laboratorio de Pfizer...