A Juan le llamó la atención el libro que estaba encima de la mesa:
Me preguntó por él. Una cosa llevó a la otra y acabamos charlando, con entusiasmo, sobre anarquismo. Al cabo de un rato, vi ese brillo especial en sus ojos y se me erizó el pelo del lomo. ¿Entonces, preguntó, los papás no le mandan nada a sus hijos? Empecé a balbucear una respuesta. Bueno, verás, no es exactamente así, lo que pasa... lo que pasa es que los hijos, bueno... son pequeños y no saben... a veces no se dan cuenta y sus papás tienen que... con respeto y con razones ordenarles... pedirles... Agobiado, fingí leer un papel y sorprenderme de no entender mi propia letra.
A los cinco o seis días, Juan hacía los deberes. De vez en cuando, miraba la bombillita del flexo. Su madre le descubrió las intenciones: Juan, ni se te ocurra tocar la bombilla, quema. Era lo que él estaba esperando para tocarla. Mercedes se enfadó. Y yo corrí en su ayuda. Pero, papá, si no quema, me dijo Juan, volviendo a tocarla. Afortunadamente para mí, en vez de empezar a soltar ningún rollo de padre, me dejé llevar por la emoción. ¿No quema? ¿De verdad? Toqué la bombilla y ¡no quemaba!
Que cada cual saque su moraleja.
4 comentarios:
Aún no he sacado ninguna conclusión, pero me ha emocionado esta historia, brodelcito. Qué educación tan bonita les estais dando. Pero cuidado con lo del anarquismo, que se pone uno a explicar por qué los hijos tienen que obedecer a los padres y acaba saliendo un quintacolumnista. (Me encanta esta palabra y nunca sé muy bien dónde meterla)
Un anarquista en potencia... jajaj
La bombilla debería haber quemado: "yo no aguanto este sindios".
Celia, yo tampoco he sacado conclusiones por eso dije que cada cual sacara las suyas. Y sí, los padres somos los quintacolumnistas hogareños de las doctrinas autoritarias.
Andrea, ya me gustaría a mí. Es un anarquista de tomo y lomo. Lo que es menester es que conserve esa capacidad de iniciativa y esa confianza en si mismo.
Saza, es lo que tiene el "misterio".
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