Cada miércoles un cuento en El Estafador

domingo, 22 de febrero de 2009

Bestiario del hombre ama de casa: La mantis religiosa



De todos es conocido que los primeros movimientos feministas del siglo XVI, movimientos clandestinos y ultraviolentos, adoptaron la imagen de la mantis como símbolo de su lucha contra el macho opresor. Veamos por qué.

La mantis recibe el calificativo de religiosa por la postura en la que suele llevar los brazos, como si estuviera rezando. Es dudoso que las mantis recen y es más probable que la postura se deba a cuestiones anatómicas pero en el caso de que, efectivamente, rezaran, ellas lo harían a un dios cruel y despiadado, quizás una diosa, y ellos al dios de los panolis y los calzonazos. ¿Que por qué me atrevo con esta conjetura? ¿Es que acaso desconoce quien esto lee que la hembra mata al macho después de copular? Este es, junto con la postura piadosa de los brazos, el hecho más destacado de las mantis y la razón por la que fue elegida por las antiguas feministas.

Después de sus cortejos, en los que paradojicamente es el macho el que debe invertir buenas dosis de esfuerzo e imaginación, y actos amatorios, una vez finalizado el ayuntamiento, la hembra asesina al macho a sangre fría, figuradamente hablando. Algunas se limitan a cumplir con la orden genética que las impulsa a deshacerse del macho pero otras acaban el coito con una nueva orgía de muerte y descuartizamiento. Incluso se han descrito casos de hembras que invitan a otras hembras y acaban con un festival caníbal de lo más desagradable.


El hombre ama de casa dejó de leer, cerró con cuidado las tapas desgastadas del "Compendio de casos animales singulares y otras fechorías dela Naturaleza" de un escritor anónimo de principios del XIX, le dio la vuelta al disco para que sonara "Ooh, baby, baby" cantada a dúo por Marianne Faithfull y Antony, se puso una boquilla entre los labios, echó un poco de tabaco en el papel de liar, lió, se echó la manta por encima, subió un poco más el volumen de la música, abrió la puerta del patio, salió al exterior, se estremeció de frío, buscó el cenicero, pensó en qué silla sentarse, se sentó, insitió una y otra vez hasta que el mechero funcionó, encendió el cigarrillo, le dio una calada, miró al cielo probablemente estrellado y pensó aliviado: "No hay mal que por bien no llegue".


Y la próxima semana: El avestruz.

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