sábado, 24 de enero de 2009
Este es un trabajo para...
Era una mañana de viernes inesperadamente cálida, solo en Murcia puede hacer treinta grados en pleno mes de enero, cuando sonó el teléfono. Me sobró la mitad de un segundo para confirmar que al otro lado no hablaba una pelirroja con muchos problemas y pocos escrúpulos. Otra vez sería.
-¿Alfredo?
Alfredo era un compañero con el que siempre me confundían. A saber por qué. Se trataba de un tipo grande, rubio, bonachón y demasiado parlanchín. Poco que ver conmigo.
-No. Soy Fede.
-Fede, tú también me sirves.
-Antonio, deberías saber que no me gusta ser segundo plano.
Ignoró mi comentario y siguió a lo suyo. También deberías saber que no me gusta que me ignoren, debería haberle dicho. Pero por esa vez lo dejé pasar.
-Anoche entraron en mi garaje y me robaron las bicicletas. Y he pensado que como tú conoces a los críos del barrio que son... bueno, que hacen esas cosas, podrías tirar un cable por ahí y ver si te enteras de algo.
Había que reconocerle una cosa a Antonio: sabía a quién acudir cuando tenía problemas.
-¿Cómo eran las bicicletas?
-Pues eran dos, de montaña. Una BH y una Progress. Valen dos mil euros cada una.
-Veré lo que puedo hacer. Si me entero de algo te llamó.
Le conté la llamada a Ana mientras me liaba un cigarrillo. Los dos nos miramos pensando en los mismos chiquillos. ¿Demasiados años trabajando en el mismo barrio?
-Voy a darme una vuelta a ver si consigo algo -dije.
Salí a la Plaza Madroños y me dirigí a casa de los sospechosos habituales. El calor me molestaba pero el jersey de punto quedaba muy bien con la camisa. Aguanté como pude las temperaturas veraniegas. La suerte me sonrió y me encontré con A. antes de llegar a su casa.
-A. ¿qué pasa? Cuánto tiempo sin verte -Lo habían tenido alejado del barrio desde que más de cien marroquíes fueron a su casa con intención de lincharle a él y a su hermano-. Oye, necesito un favor. Resulta que a un amigo le han robado las dos bicis...
-Yo no sé nada.
-Seguro. A ver si te enteras de algo y me lo dices, ¿vale?
-Vale.
Su respuesta era tan sospechosa como la rueba de bicicleta que llevaba en la mano. Podría asomarme a su patio interior y ver si tenían allí las bicis pero después de haberle preguntado no me quería arriesgar. Así que me dirigí a la casa de las hermanas Vedrunas y les pedí que me dejaran mirar por sus ventanas que, precisamente, daban hacia el patio de A. No vimos nada.
Continué mi paseo entretendiéndome en discernir si los tipos con los que me cruzaba eran yonquis verdaderos o simples secretas. Llegué a la conclusión de que eran todo a la vez. Apuré el cigarrillo y lo apagué apretándolo contra una baldosa con la suela de mis Adidas Gazelle. Entonces me encontré con M.
Le expliqué lo que pasaba y no me dejó acabar:
-Yo sé quién ha sido. Si me das 20 euros te las traigo.
-Hecho. Tráelas y te pago.
Volví al despacho y llamé a Antonio.
-Parece que ha habido suerte -le dije-. De todas formas, no te alegres demasiado que todavía no las tengo.
Pasaba el tiempo y pronto me tendría que ir a recoger a Juan del colegio. Empecé a ponerme nervioso. Alfredo y Ana vigilaban detrás de las persianas por si veían aparecer a alguien con dos bicicletas. Decidí volver a las calles.
Nada más salir vi a A. cruzar la plaza montado en una bicicleta que respondía a la descripción que me había dado Antonio. Lo sabía, me dije para mis adentros, estos críos no aprenderán nunca. M. me estaba esperando.
-Hay problemas.
-¿Qué problemas?
-Piden 20 por cada una.
-Eso no es un problema.
-Y además... no se fían de que les pagues.
-¿Cómo que no se fían? Pero si soy yo. ¿Cuándo no he sido de fiar? Será mejor que me las traigas pronto, me tengo que ir a recoger a mi chiquillo del cole.
Entonces A. volvió a cruzar la plaza y M. lo hizo venir.
-Dale la bici al Feder.
Como A. se resistió, M. buscó argumentos de peso:
-Como no se la des ya, te reviento.
A., resignado y con una repentina cara de no haber roto un plato en su vida, se bajó de la bici y se la dio a M.
-No me des nada ahora, vamos a tu despacho -me susurró.
Allí nos fuimos y cerramos el trato sin que A. viera la entrega de dinero. Me dijo que la otra la tenía en su casa y que me la traía enseguida. Cumplió su palabra y yo la mía. Cuarenta euros por dos bicis que valían miles era un buen negocio. Ambos lo celebramos con un apretón de manos. Llamé a Antonio y le conté el final feliz.
Después de comentar la jugada con Alfredo y Ana miré el reloj.
-Llego tarde. Me voy.
Me dirigí al coche intentando aclarar si el fin del mundo se debería a una glaciación o a unas temperaturas infernales. El sudor que empezaba a cubrir mi frente hizo que me inclinara por la segunda opción.
Subí al coche y bajé todas las ventanillas. The Belles empezaron a cantar Come Back To Me. Arranqué y salí de allí con la satisfacción del trabajo bien hecho. Otra vez.
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elhombreamadecasa
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4 comentarios:
Federico Chandler... perdón, Montalbán, me ha apasionado tu relato.
He creído sumergirme en un sueño eterno, como si me empujases desde una ventana alta, para descubrir al fondo al Marlowe de Los Rosales.
Dos consejos que jamás te daría un amigo, y por los que te cobraré a su debido tiempo: sigue manejando ese estilo negro/sarcástico porque lo haces genial y aprovecha la ocasión y termina una buena novela juvenil y preséntala al Gran Angular (y así saldamos cuentas).
Tu hermano Harry te dedica un largo adiós.
Hoy en un parque Juan me ha dicho: me cuidas la moto. Déjala ahí, nadie te la va a quitar. Pues en el trabajo de Fede han robado unas bicis. Vale, ponla aquí.
No problemo. La mitad de los críos de Los Rosales tienen primos en Espinardo, hubiera recuperado la moto sin despedinarme. Aunque bien por Juan por ser precavido.
Hermano, es divertidísimo escribir como Chandler. Tenía un estilo tan personal que es fácil imitarlo (solo imitarlo). Tengo una novela negra guardada en el disco duro en su versión digital y en alguna carpeta en su versión en papel. Pero es poco juvenil: tiene mucho sexo, drogas blandas y duras, más sexo, adulterio, violencia gratuita... Pero tomo buena nota del consejo.
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