Cada miércoles un cuento en El Estafador

miércoles, 28 de enero de 2009

El día en que fui un vampiro


No sé si os he dicho que tengo miopía. Para ser preciso, una miopía de caballo. Así que cada dos años me toca revisión. Como sé de qué va la cosa, he tenido que organizar un lío tremendo, no solo por las horas que te puedes pasar en la sala de espera, tambien por las dichosas gotitas que te echan para dilatarte las pupilas y que te dejan hecho un búho para el resto del día. No voy a detallar el lío que he organizado, deberéis confiar en mí y creer que ha sido tremendo.

En la cita que me dieron en el centro de salud ponía que me verían a las 9.38. Que lo lees y piensas: coño, a las 9:38, esta gente controla el tiempo al dedillo. Pero no, se trata de una engañifa vil y miserable. A esos sitios hay que ir armado de paciendia y de buena lectura, algo del estilo de Los hermanos Karamazov, bien extenso.
Nada más llegar te llaman pero se trata de la engañifa número 2. Una enfermera te tapa un ojo y luego otro y te hace decir si la U se abre hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados. Después te dicen que vuelvas a salir a la sala de espera y que le des razón de ser a su nombre esperando cinco minutos, engañifa número tres.

Allí sentado ves como se va consumiendo la lectura que tenías preparada para pasar el rato y como el resto de gente va entrando y saliendo. A la hora y media me he atrevido a, con voz tenue, indicarle a la enfermera que los cinco minutos que me había dicho que esperara ya habían pasado. Tienes que ser paciente, me ha dicho. Súplicas posteriores han conseguido que me dejaran para el último.

De la consulta he salido cuando ya no quedaba nadie, siempre me tocan a mí esos méritos incómodos, con un buen diagnóstico y una midriasis de campeonato (que se note que estuve seis años estudiando cosas médicas como un bruto). Con mis pupilas del tamaño de un agujero negro, me he acordado de un episodio de La Patrulla X en el que Donald Pierce, el líder de Los cosechadores, amenaza a Lobezo, crucificado en mitad de desierto australiano, con arrancarle los párpados y dejarlo allí al sol. Al final no lo hace y es que ya se sabe que los supervillanos mucho hablar pero a la hora de la verdad, nada de nada. Nenazas. En todo caso he dado gracias por tener mis párpados en su sitio y poder cerrarlos cuando he salido al sol.

He vagado por las calles como un vampiro repentino hasta que he conseguido coger un autobús que me llevara de vuelta a Espinardo. Por suerte, y a pesar de no ver un pimiento, he acertado y no me he metido en uno que fuera a Aljucer o Beniel.

Una vez en casa, he intentado recordar donde había metido el ataúd la última vez que lo usé. Pero como soy un desastre no lo he encontrado. Me he tenido que conformar con encerrarme en la salita bajando la persiana a tope y tapando las rendijas que dejaba la puerta con toallas para que no se colara ni un rayo de luz. Y en la reconfortante oscuridad me he quedado dormido.


PD: Esperando a que las pupilas me crecieran más allá de los límites humanos, he escuchado que la doctora le explicaba a un paciente que al hacernos mayores los ojos producen cada vez menos lágrimas. Ya decía yo que últimamente lloraba menos, si hasta puede escuchar la canción de Marco sin convertirme en una Magdalena.





PDII: Gracias a mi madre y a mis hermanas que una vez más han hecho más llevadera la crianza, y las visitas médicas.

PDIII: Gracias también a Mercedes, que me ha llevado al trabajo, evitando así que me estrellara en mitad de la autovía cegado por el sol. Algo que hubiera resultado muy molesto.

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