Hace unas semanas, Juan se preguntaba por qué el yogur no nos lo comíamos caliente. Esta vez sí hubo respuestas y a una de ellas respondí haciendo alusión a una sopa de yogur. Calvina se mostró sorprendida y se preguntó a qué sabía aquello. Debería haber respondido en ese momento, pero a veces me despisto. Para solucionar el olvido, aquí va la receta de Sopa de yogur a la menta (sacada de unos libritos de cocina por países que sacó hace muuucho tiempo El País):
(para 6 personas)
Hervir litro y medio de caldo de carne o pollo. Añadir 50 g. de mantequilla, 75 g. de arroz y un poco de sal. Cocer 18 minutos a fuego lento.
Mezclar 1 cucharada de harina con dos yemas de huevo y un poco de sal. Agregar 500 g. de yogur natural. Remover hasta que todo quede bien ligado. Mezclar con un poco de caldo para templarlo.
Incorporar la mezcla del yogur al caldo, manteniendo el hervor otro cuarto de hora, hasta que la sopa adquiera una consistencia cremosa. Ajustar el punto de sal, condimentar con menta seca, dar un último calentón y servir.
(Nunca, nunca hagáis lo que yo, que la preparo cuando tengo un hueco por la mañana y luego, a la hora de comer, está hecha una masa repugnante.)
2 comentarios:
¿Por qué no suena tan bien como debería? Mezclar harina, yogur, mantequilla y arroz me da un poco de escalofríos. Convénceme de que está buena, por favor.
Hombre, la sopa está bien pero, para qué engañarnos, forma parte de esas recetas que no hace falta hacer ni probar antes de morir.
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