Cada miércoles un cuento en El Estafador

lunes, 20 de abril de 2009

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Estoy en pruebas. La siesta de media mañana de Darío tiene los días contados. Me tengo que ir despidiendo de esa horita libre de las mañanas que daba tanto de sí. A partir de ahora tendré que ver si soy capaz de escribir un post con Darío despierto y pululando a mi alrededor.

He hecho muchos chistes con las vacaciones de Juan y mis ganas de que empiece de nuevo el cole. Y ahora que lo ha empezado, tengo que reconocer que lo echo de menos. No me lo esperaba. Qué será de mí cuando se vayan de casa. Yo que me reía del síndrome del nido vacío.

Esta mañana he estado en Correos. Y cada vez que voy a Correos acabo enfadado como un mono. Es que he vuelto al mundo de los concursos literarios y tenía que mandar un montón de cartas certificadas. Me enfado porque la entrada es empinada, estrecha y llena de escalones. Será que no quieren ver por su oficina carricoches o sillas de ruedas. Me enfado porque van a un ritmo voluntariamente lento. Como tienen que estar allí hasta la hora de cierre, les da igual ocho que ochenta y van despacio, despacio. Y me enfado porque te cobran un huevo por mandar cartas certificadas. Son precios abusivos. Odio Correos.

Darío no se confía en mí. Lleva toda la mañana preguntándome por su madre. Yo le digo que está en el trabajo. A pesar de que la respuesta es verdad, no me cree. Y vuelve a preguntar. ¿Mamá? Está en el trabajo. ¿Mamá? Está en el trabajo. Y van ya un millón de veces.

Hemos pasado a Darío a la cama. Los hijos crecen. Hasta ahora dormía con nosotros. Literalmente porque a él eso de la cuna nunca le ha gustado mucho. Está bien porque ya no hay que dejar la ropa preparada la noche antes y en el salón para que no se despertara mientras la buscábamos. Pero nos pasamos la noche yendo y viniendo de nuestra habitación a la de los hijos.

La paciencia de Darío toca a su fin y urge cambiar ese pañal. Iré acabando este post insustancial. ¿Mañana más? Darío dirá.

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