Cada miércoles un cuento en El Estafador

lunes, 17 de noviembre de 2008

El cumpleaños de Juan (y II)


Mi tía Maruja tiene una frase para estos casos: La última vez. Esta frase quiere decir: ya no me acordaba del lío que supone hacer algo así, no vuelvo a repetirlo en la vida hasta que llegue la siguiente ocasión en la que volveré a caer, seguro.

Salió todo a pedir de boca y Juan se lo pasó en grande. El sábado nos despertó clamando por sus regalos. Me lo encontré por la casa, vagando con los ojos semiabiertos y pidiendo lo suyo. El resto del día hasta las cinco de la tarde, cuando empezaba la fiesta, no dejó de preguntar que cuándo llegaban los invitados. Hijo mío, le decía, pareces un pequeño Lord.

Las tareas de limpieza se eternizaron y eso que limpiar la casa antes de una fiesta parece algo absurdo: después se queda tan sucia que debes volver a limpiarla, más a fondo si cabe. Pero ¿cómo recibes a los invitados con la casa sucia? Lo dejamos todo impecable, hasta compramos flores nuevas para las ventanas de la fachada y para el patio.

Mercedes se encargó de la comida y yo del resto de labores. Hicimos tanta comida que vamos a estar toda la semana comiendo sobras. Los hijos no comen nada y los padres, con eso de que ni era merienda ni era cena, tampoco comieron mucho. El menú infantil fue todo un clásico: sandwiches de Nocilla, gusanitos naranjas, Fanta y tarta de galletas. (La mayoría de los sandwiches están ahora bien guardaditos en el congelador.) La tarta, impresionante, la hizo mi madre. Por la noche, cuando todo había acabado, me permití un capricho y la probé. Me la puse delante entera y usé el truco idiota de ir cortando trozos pequeños para hacerme creer que comía poco. Al final engullí más dulce que en los últimos tres meses, pero el día se lo merecía.

Juntar a doce niños y niñas de cuatro y cinco años en una casa es algo que todos deberíamos probar en algún momento de nuestras vidas. Son un ciclón en perpetuo movimiento que arrasan todo a su paso. Conseguimos ir guardando los juguetes nuevos, pero los viejos fueron desmontados pieza a pieza y esparcidos a lo largo de toda la casa, especialmente debajo de camas y sofás. En algún momento, un padre sugirió ponerles una peli para tenerlos calmados un rato. Aguantaron sentados el tiempo de los títulos de crédito, después la peli siguió sin ellos, que tenían juguetes que desmontar y juegos hiperveloces que llevar a cabo. No hubo ningún daño irreparable, eso sí.

Los juguetes ponen a prueba a un padre delante de su hijo. No solo hay que montarlos, además debes hacer que funcionen. Nosotros le regalamos una especie de Scalectrix con coches de la peli Cars y en qué me vi para que aquello funcionara. De no haberlo hecho, el mito del padre habría caído ante Juan. Un amigo de una de mis hermanas, le regaló el Jolly Roger, el barco del capitán Garfio, en versión Disney, y me pasé tres horas del domingo montándolo. Tres horas. También le regalaron un coche teledirigido y la antena del mando se perdió en la vorágine de cajas y papeles de regalo. Tuve que buscar una antena de otro coche, desmontar el mando, y ponerle la antena nueva. Para que quedara bien tuve que improvisar en casa un pequeño taller de tornero fresador. De momento, Juan sigue pensando que su padre lo arregla todo. A ver lo que dura.

Lo que pasó con la piñata me lo reservo para un post que quiero escribir titulado como la novela de Golding "El seño de las moscas", en el que hablaré sobre la bondad o maldad innata del ser humano.

Fue un gran día. Nos lo pasamos todos muy bien. Por cierto, a Darío lo que más le gustó fue el momento de inflar los globos.

Hoy lunes, al llegar al cole, me ha preguntado ¿Todavía tengo cuatro años? ¿Qué pasará por sus pequeñas cabezas?

1 comentario:

calvina dijo...

Tarta de galletas, la mejor del mundo!!! Y sandwiches de nocilla, d verdad nadie comió nada? Casi mejor, todo para vosotros. A mi no me duraría ni una semana siempre recurro a "mejor me lo como rápido y acabo con las tentaciones"