Cada miércoles un cuento en El Estafador

domingo, 30 de noviembre de 2008

Qué ratico más bueno hemos pasado


(Sigue del post anterior)

Sí, el viernes estuve de cena. Es algo que sucede de higos a brevas pero que todavía sucede. Sigo siendo un ser social, a pesar de los pesares. La razón fue un poco peculiar. Una cosa en la que milito (forma verbal que en la actualidad quiere decir que me limito a pagar una cuota mensual birriosa) ha vuelto a mutar. De partido político pasó a asociación cultural y ahora a asociación inscrita en no sé qué registro de ONGs. Y para celebrarlo nos fuimos de cena.

Cenamos en un restaurante que todavía no tiene licencia y se esconde en una casa de huerta pintada de azul. Para llegar hay que perderse por los carriles de huerta de Murcia. Indescriptibles. Pensé en preguntar a unos hombretones que se calentaban alrededor de unos bidones en los que habían hecho hogueras. Pero estrenaba una rebeca de punto superajustada y temí que me apaleran. Así que seguí perdiéndome hasta que llegué al sitio. Como no había cartel alguno en la casa pensé que habíamos recuperado los tiempos clandestinos, esos tan románticos que yo nunca conocí.

Cenamos muy bien y pasamos un rato muy agradable.

Llegué a casa a las dos, una hora que para mí es de ultranoche. ¿Y qué hice nada más llegar? Pues sí: un biberón. En cuanto pude me metí en la cama. Darío estaba medio espabilado después del bibe y renegaba en la cuna. Mercedes, entre el sueño y la vigilia, hacía soniditos extraños para intentar calmarlo. Después de un buen rato de escuchar esas extrañas onomatopeyas, le dije medio en serio medio en broma: Deja de hacer ruidos. Y, entonces, nos dio un ataque de risa formidable. Estuvimos riéndonos como locos sin importarnos despertar a los hijos. Las veces que nos pasa algo así, cuando conseguimos recuperar la calma, nos enjugamos las lágrimas y decimos: Qué ratico más bueno hemos pasado.

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