Cada miércoles un cuento en El Estafador

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Las invasiones bárbaras


Cuando nos quedamos embarazados (me encanta este plural) de Juan se hizo necesario cambiar de casa. Vivíamos en un coquetísimo apartamento del centro de Murcia de un solo dormitorio. El piso era un encanto pero para tres se quedaba pequeño. Así que empezamos a buscar. Nos daba igual comprar que alquilar (llevábamos seis años de alquiler). Eran otros tiempos y descubrimos que salía igual, o más barata, una letra de hipoteca que un alquiler. Coincidió que unos primos de mi madre vendían la casa de su madre en Espinardo. No os vayáis a Espinardo, nos previno mi hermana Marina. No le hicimos caso. ¿Queréis comprar esa casa? preguntó mi suegra. Sí, le respondimos. La casa era vieja y necesitaba obras. Bueno, más bien necesitaba ser derrumbada y construida de nuevo pero el presupuesto no daba tanto de sí. Me he quejado mucho de Espinardo pero la casa me encanta. Tiene un patio estupendo y un estudio que es una pasada. El estudio sí lo hicimos nuevo reformando lo que en tiempos fue una cuadra.


El estudio es la habitación más grande de la casa y lo llené de estanterías blancas metálicas, las mismas que hay en la biblioteca del Campus de la Merced, y coloqué dos mesas bien grandes para poder llenarlas de papeles y enredos. Por fin pude poner en orden todos mis libros y mis tebeos, hartos de estar guardados en bolsas y cajas. Desde entonces mido mis posesiones literarias en metros lineales. Tengo tantos metros de tebeos, tantos de novela, tantos de ensayo... A veces me quedo embelesado mirando las estanterías y siento cierta felicidad.

El estudio también iba a ser mi refugio. El lugar en el que encerrarme a leer, escribir y escuchar música. Lo llené de todas las cosas que me representan: mi póster del Che Guevara, el cuadro de la Condesa de Vilches, corchos con fotos y entradas de conciertos... hasta pinté una pared con pintura de pizarra para apuntar las ideas que se me fueran ocurriendo.

Pero no caí en ponerle una puerta blindada con siete candados, ni un foso con cocodrilos y pirañas. Es más, ni siquiera caí en poner una puerta. Encima soy de los que piensan que los niños deben estar por donde quieran, tocarlo todo y disfrutar de los libros y los tebeos. Con lo que no contaba es con la capacidad metastásica de los hijos de uno. El resultado final de lo anterior es que mi estudio es ahora su estudio. Aquí va la prueba:



2 comentarios:

SIE dijo...

Tener un espacio así lleno de estanterías es el sueños de tantos... ays, qué envidia. Lo has puesto para eso ¿verdad? Para que tengamos envidia de medir los libros por metros y niñitos remonos sentados dibujando y jugando... Pues reto conseguido ;P

elhombreamadecasa dijo...

Vaya, vaya, veo que nos vamos conociendo.