Nota: Lo que sigue es un artículo que empecé hace mucho tiempo y que me he animado a terminar después de lo sucedido el 25S en Madrid. Terminar es un decir. Al texto le faltan un par de repasos pero si me espero a tenerlo bien acabado, bueno, puedo no acabarlo. Considerad, pues, que está en modo beta.
El premio Nobel de Medicina de 1996, Rolf
Zinkernagel sostiene que el "mayor problema sanitario es la estupidez
humana" (El País, 07/10/2003). Así, tal cual y fuera de contexto, la frase
promete, miles de corolarios se amontonan en la puerta para salir en tromba.
Pero, ay, Rolf el médico lo estropea todo al matizar que se refiere a la
estupidez relacionada con el hecho de que los humanos deberíamos cuidarnos más
de lo que lo hacemos en lo relativo al tabaco, las dietas, el ejercicio. Otro
discurso médico aburrido y moralizador. Donde falta un cura, aparece un médico.
Sea como fuere, Zinkernagel ha dejado planteada
la cuestión de la estupidez como uno de los principales problemas de la especie
humana. Y algo así no se puede dejar pasar como si tal cosa. Un par de
aclaraciones antes de seguir: estupidez, gilipollez, idiotez, tontuna... cada
palabra introduce un interesante matiz que, aquí, dejaremos de lado usando
todas estas expresiones como si de sinónimos se trataran. De la misma manera,
en un irresponsable ejercicio de imprecisión, se usarán de forma intercambiable
términos como Poder, Dominación, Capital, Espectáculo...
La estupidez, basta con echar un vistazo al
azar, campa a sus anchas en nuestro aquí y ahora, campó en nuestro allí y
antes, campará en nuestro allá y después. Domina el espacio, el tiempo y los
detalles. Este texto, sin ir más lejos, puede convertirse en una estupidez al
menor descuido, si no lo ha hecho ya. Lo mejor será ir, de una vez por todas,
al grano, si esto ha de ser estúpido que, al menos, sea breve.
No se sabe si el Nobel se refirió también a la
estupidez que cometemos al dejarnos gobernar, en general, y al dejarnos
gobernar por quienes nos gobiernan, en particular. En este caso, se ve la paja
en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Muchos se llenan la boca hablando de
la estupidez de los poderosos y olvidan la nuestra, la de los gobernados. El
paradigma de tío tonto en el poder sería George W. Bush, respondiendo como un
analfabeto a preguntas de cultura popular, leyendo un libro al revés o haciendo
las mismas muecas que un primate. Una pena que la Operación Pretzel fracasara.
Pero hay más. ¿Qué decir de Aznar hablando a lo tejano? ¿Y lo tonto que nos
parece ahora Rajoy, escondido como una alimaña o paseando por Nueva York y
fumándose un puro como si aquí no pasara nada? ¿Y los economistas del FMI? ¿Y
la policía que se infiltra en las manifestaciones con un brazalete fluorescente
que pone POLICÍA? Pero ¿son tan tontos como nos hacen creer? ¿Es posible que lo
sean y, al mismo tiempo, hagan y deshagan en nuestras vidas a su antojo?
La Dominación pretende básicamente dos cosas:
(1) mantener el poder y (2) aumentarlo. Si para eso deben hacerse pasar por
tontos, o ponernos delante peleles idiotas de los que nos podamos reír, pues lo
hace. No hay problema. Las ventajas de esto son varias. El Pueblo menosprecia
al Enemigo, lo cree idiota y eso, paradójicamente, lo refuerza porque nuestras
respuestas nunca se ajustarán al verdadero perfil del Poder. Miramos por encima
del hombro a los que nos gobiernan, siempre tan idiotas, y nos olvidamos de la
inteligencia caníbal de los hombres detrás de la cortina. Al mismo tiempo, la
supuesta gilipollez del que manda crea una barrera protectora contra las
acciones que lleva a cabo. Lo que sucede siempre se muestra como algo casual o
accidental, nunca hay responsables, solo técnicos y políticos desorientados en
su buena voluntad por servir al público. O, en su defecto, como algo inevitable:
Es la única opción posible. La tontuna suplanta a la maldad, los palos de ciego
a la estrategia capitalista, los balbuceos salivosos de Rajoy al plan a largo
plazo del Imperio, el azar a las acciones dirigidas a destruir cualquier
situación contestataria...
“Los poderosos
son tontos del culo” es una premisa que deja en ridículo algunas cuestiones de
considerable importancia. Cuestiones para las que, además, se ha diseñado una
categoría a medida: teorías de la conspiración. Esta categoría tiene tan mala
fama que, probablemente, ya mismo, después de haber leído la palabra
“conspiración”, el 80% de quienes leáis esto hayáis dejado de darle
credibilidad a este texto, como si estuviera a punto de enseñaros un cocodrilo
gigante recién salido de las alcantarillas de Manhattan.
De conspiración solo se puede hablar si se ven
implicados cuatro infelices que quieren hacer la revolución poniendo bombas.
Pero si alguien intenta decir algo acerca de gente poderosa reunida en un
despacho decidiendo qué hacer para solucionar sus problemas de la mejor manera
posible se le trata de un loco que da por hecho que Armstrong y Aldrin
pisotearon un desierto terrestre y no suelo lunar. Porque, claro, son los
mandamases, los que mueven los hilos, los dueños y señores pero jamás se
juntarían para planear cómo conseguir más poder o cómo quitarse de en medio un
problema incómodo. Eso lo haría gente lista, como mis colegas y yo, que nos
hemos pasado un mes planificando cómo abordar tal o cual cuestión, pero
ellos... nah, ellos no, ellos son gilipollas y ya está. Si no fuera por el
temor de llevar la cuestión a un nudo gordiano que anule el texto, afirmaría
que hay una gran conspiración del Poder para hacernos creer que las
conspiraciones del Poder no existen. Avancemos, sin embargo.
Lo que en presente es conspiración y, por
tanto, asunto de pirados, con el paso del tiempo se convierte en evidencia más
o menos argumentable. En “La relación capital/trabajo durante el Franquismo”
(capítulo del libro “Luchas autónomas en los años setenta”), Santiago López
Petit explica cómo actuó el Capital español para anular al movimiento obrero
autónomo en la España de finales de los 60 y comienzos de los 70. Se hizo todo
lo posible por aislar la fábrica de la Sociedad, intentando transmutarla de foco
de rebeldía a nido de maleantes. Se aprovechó la diferencia entre los
trabajadores de grandes fábricas y de pequeñas fábricas para conceder más
ventajas a los primeros que a los segundos. (El divide y vencerás parece
la única divisa conspiratoria que todavía conserva algo de crédito.) Y, por
último, se usó la inflación; es decir, se la dejó subir para anular los
aumentos de sueldo conseguidos con las huelgas y, así, hacerles perder fuerza
desmotivando a los trabajadores. Todo esto se decidió en reuniones entre
hombres trajeados y en cómodos despachos. Hombres que miraban los informes de
la policía y de la patronal, que estudiaban los informes de los técnicos y que
tomaban decisiones para anular el poder popular y seguir, ellos, apoltronados
en sus sillones de piel.
Algunos años más tarde, otro gobierno español
se enfrentó a una situación que se le fue de las manos. Después de un accidente
in itinere en Lorca en el que murieron diez trabajadores ecuatorianos
indocumentados, comenzaron a sucederse las luchas de los sin papeles por toda
España. Encierros, manifestaciones, huelgas de hambre... El gobierno llevó a
cabo toda una serie de iniciativas encaminadas a (1) no aceptar las demandas de
los sin papeles (básicamente, un proceso extraordinario de regulación) y (2)
anular cualquier posibilidad de que ese movimiento espontáneo se transformara
en una fuerza social estable. Para ello maniobró en varios frentes. Por un lado
se sacó de la manga el llamado Retorno Voluntario por el que se pagaba el viaje
a aquellos que quisieran volver a su país. Puente de plata para que el enemigo
huya. Se ofreció regularizaciones solo para los inmigrantes encerrados cuando
estaba claro que la reivindicación era un proceso de regularización general. Y,
bueno, se recurrió a otro clásico: la manipulación. Los trabajadores
inmigrantes, esos mismos que habían cruzado continentes y se habían jugado la
vida para llegar a España, eran unos atolondrados con minoría de edad mental
que se dejaban manipular por los ubicuos antisistema de este país.
Volvamos al aquí y al ahora. Miremos con la
dificultad de la cercanía y hagamos suposiciones. Pero no las desechemos
pronto. Dejémoslas ahí, que se aposenten y que dejen un rastro de certidumbre o
falsedad, según nos suenen más o menos acertadas. Pensemos en la policía, con
perdón.
De nuevo, tras los incidentes del 25S en
Madrid, se denuncia a diestro y siniestro la presencia de policías infiltrados
en la manifestación dedicados a provocador violencia. Se denuncia con una
candidez sorprendente. La gente se asombra de que la policía pueda hacer algo
así. Pero, pardiez, ¿es que no hemos aprendido nada? Infiltrados han existido
siempre. No solo chivatos ocasionales o el típico secreta que se mete en una
asamblea a ver si se entera de algo. Infiltrados en el sentido amplio de la
palabra, gente que finge ser lo que no es y que consigue formar parte de
colectivos para influir en sus decisiones, para saber de primera mano lo que se
pretende hacer, para señalar con el dedo a los culpables.
Se trata de controlar a toda costa. El infiltrado
no solo tiene la misión de conocer e informar. También se le pide que incite,
que provoque hechos que favorezcan al Poder. El infiltrado provoca violencia y
esto permite que, por un lado, los salvajes uniformados den rienda suelta a sus
impulsos bárbaros (son policías y esto no acepta matices, no son pueblo, no son
clase trabajadora, no son compañeros, coño, son personas que han renunciado a
su humanidad a cambio de un sueldo que les permita impunemente dar palizas,
insultar, torturar...). Por otra lado, se envía un mensaje a la mayoría de la
sociedad. Un mensaje más o menos así: Vale, como gobierno somos un desastre
pero ¿acaso no veis que tenemos un enemigo en común? Los violentos, los terroristas
quieren acabar con nosotros, amenazan al Sistema y te amenazan a ti, ciudadano
normal y corriente. Pero, no te preocupes, el Poder te protegerá, la policía
velará por tu seguridad. Parecerá imposible, pero la gente muerde el
anzuelo. Si pudiéramos mirar el interior de la garganta de nuestros vecinos,
veríamos cómo se desangran poco a poco, heridos por un hierro curvo.
Lo anterior está explicado de forma certera por
el situacionista italiano Gianfranco Sanginetti en el libro “Sobre elterrorismo y el Estado”. Sanginetti explica cómo los atentados de la Piazza
Fontana (1969) y el secuestro de Aldo Moro y su posterior asesinato (1978)
fueron actos de terrorismo organizados y ejecutados por el Estado. El tablero
de ajedrez es suyo, juegan con blancas y con negras, ganan siempre. La bandera
falsa del atentado en Milán fue la fascista. La masacre fue una de las razones
que llevaron a la creación del grupo Brigadas Rojas, las mismas a las que luego
se les atribuyó el asesinato de Moro.
Sanginetti hace un repaso a la historia de la
Okhrana, los servicios secretos zaristas, pioneros en esto de las
infiltraciones y las conspiraciones y que exige siempre el uso del epíteto
temible. La temible Okhrana sabía que se avecinaba una revolución en 1905. Para
adelantarse a la jugada, decidieron matar al ministro de interior ruso de la
época y, no contentos con esto, acabaron con el gran duque Sergio, tío del zar.
El terror permite la represión, asusta a al gente, resta argumentos a los
contestatarios, engorda al Poder.
“Joaquín
Gambín Hernández fue un confidente infiltrado conocido como el Grillo, el
Legionario o el viejo anarquista. Bajo las órdenes del comisario Manuel Gómez
Sandoval, viajó a Barcelona desde Murcia, donde actuaba bajo las órdenes del
comisario J.M. Escudero. Fue el impulsor del atentado a la sala Scala de
Barcelona (enero de 1978), episodio de terrorismo de Estado para aislar y
desprestigiar a la CNT. Fue detenido en 1981 después de un tiroteo en Valencia.
En 1983 fue condenado a siete años de cárcel de los que cumplió dos. En 2002,
con 71 años vivía plácidamente en Murcia.”
Y, a pesar de todo, nos sorprendemos de ver a
encapuchados arrestando a gente mano a mano con los policías acorazados. El Espectáculo
lleva años idiotizándonos. La tele, el fútbol, el sistema educativo, el trabajo
asalariado, los centros comerciales, el consumismo... Pero, por si acaso
alguien quiere ponerse a leer, a conocer lo que sucedió y a averiguar lo que
pasa, vuelve a lanzarnos la zanahoria de la estupidez de los que gobiernan.
Barcelona fue el escenario elegido. Primero fueron esos tiarrones con
pinganillo y vestidos de manual que cantaban a la lengua. Después, por si no
había quedado claro, salieron de manifestación con un brazalete fluorescente
con la palabra “POLICÍA”. En letras rojas, bien clarito. Fijaos en lo
gilipollas que somos, nos dice la Dominación. No os preocupéis por nosotros,
los servicios de inteligencia son una broma, los comisarios tiene el coeficiente
intelectual de un puñado de musgo, los jefes políticos son gañanes franquista
sin dos dedos de frente. Somos tontos, no sufráis.
Pero no es así. De nuevo la temible Okhrana.
Cuenta Sanginetti que Lenin tuvo acceso a los archivos de la policía secreta del
Zar en 1919. Había 55 provocadores profesionales a sueldo, 20 se repartían el
control de los bolcheviques. Y Lenin tuvo la amarga sorpresa de tener que
constatar que los provocadores son casualmente siempre estos mismos camaradas
por los que tenía, él tan prudente y tan experto en materia de clandestinidad,
la más profunda estima y la mayor confianza por los servicios prestados y la
audacia mostrada en varias ocasiones.
Esos supuestos imbéciles conspiran contra nosotros
cada día, cada hora, cada minuto. Y lo hacen muy bien. Somos su sustento pero también su máximo
terror. Qué inteligente sería convertir sus pesadillas en realidad.