Anoche soñé que trabajaba en Maternidad de la Arrixaca asistiendo los partos. Era una especie de MIR y la experta era la seño de Darío. En mi turno había un montón de mujeres en dilatación pero yo, como era el primer día que iba a entrar solo a los paritorios sin la ayuda de la seño de Darío, tenía los dedos cruzados para que ninguna se pusiera a dar a luz hasta que se hubiera pasado mi turno. Cuando estaba a punto de acabarse, las matronas empezaron a estimuar a las mujeres y se ponían todas a parir al mismo tiempo. Me llamaron para entrar en acción y estaba muerto de miedo. Solo quería que no se me notara. Como suelo hacer, me movía muy despacio para disimular los nervios. Entonces, como en las mejores pesadillas, me desperté. Afortunadamente para las mujeres cuyos partos debía asistir, dicho sea de paso.
Este sueño me ha traído recuerdos de mi etapa como veterinario. Cuando me licencié, los únicos puntos de sutura que había dado fueron a una gomaespuma. Y la mayoría de las prácticas habían consistido en ver diapositivas y aprender a distinguir a simple vista si la radiografía era de un perro o un gato. Algo cuya utilidad nunca entendí. La universidad te soltaba al mundo laboral sin preparación práctica alguna.
Primero trabaje con cabras, lo he contado algunas veces. A los pocos días, me llamó a casa una compañera y me dijo que a la mañana siguiente, muy temprano, debía ir a la explotación tal y cual a hacerle una cesárea a una cabra. Ni que decir tiene que yo no había hecho una cesárea en la vida. Empezó a explicarme cómo hacerla por teléfono. O sea, que me explicaba por teléfono cómo hacerlo no a hacer una cesárea a través del teléfono. Tienes que poner una anestesia regional pinchando el anestésico a la altura de las vértebras... En ese momento, el pánico ya me había ensordecido. Dejé de escuchar y me tuve que sentar para no caer redondo cual damisela. Como en las mejores pesadillas, cuando llegué, la cabra ya había muerto. Eso me ahorró ser el responsable de su muerte por negligencia veterinaria.
Unos meses después, estaba haciendo la guardia de fin de semana en una clínica de Guardamar. A eso de las dos de la mañana de un sábado, llegó una pareja con una perra que se había puesto de parto. Era de una de esas razas que tienen dificultades obstétricas, que paren mal, vamos. También era de esas razas muy caras lo que me había temer que, a pesar de la simpatía de la pareja, me matarían si a la perra le pasaba algo. Habían ido a la clínica para estar ya allí si había complicaciones. Me moví muy despacio para que no se me notaran los nervios y deseé ser creyente para poder rezar a quien fuera suplicando para que todo fuera bien. Al final, como en las peores pesadillas, eso fue lo que pasó. No hizo falta mi intervención. Inexplicablemente, no le pusieron mi nombre a ninguno de los cachorrillos.
Cuando llegó la pareja con la perra deforme, tenía puesto un disco de Janis Joplin en modo bucle. A las tres horas de sonar las mismas canciones una y otra vez, me suplicaron que lo quitara. Cosa que, como el cliente siempre tiene la razón, hice.
2 comentarios:
Mira que hacerle quitar a uno Janis Joplin... cuando yo era pequeña y mi perra parió a 7 perritos estaba sonando el Orfeón Donostiarra... nada más y nada menos! cada uno se ameniza el parto como puede.
Si ya se sabe que en cuestiones de parto, cuanta menos intervención mejor.
¿Existen razas que paren mal? ¿Y como han sobrevivido? Y luego dicen que la Naturaleza es sabia. Yo siempre digo que, más que sabia es derrochadora en recursos.
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