Cada miércoles un cuento en El Estafador

jueves, 25 de septiembre de 2008

En el dentista, one more time


Hay dos tipos de profesionales por los que Mercedes y yo procuramos ahorrar: los mecánicos (de coches) y los dentistas. Y menos mal.

Ya conté que el fin de las vacaciones coincidió con un esguince de Mercedes. Lo que me callé fue que en el viaje de vuelta de Gijón me empezó a doler el lado izquierdo de la boca una barbaridad. Me noto algo raro, le dije a Mercedes, mira a ver qué tengo. Su cara de asco lo dijo todo. En la encía tenía un bultaco blanco de lo más repugnante. Al llegar a Albacete fui a urgencias con la esperanza de que allí me lo curaran. Esto es no sé qué y no sé cuántos, me explicaron. Tienes que ir al dentista a que te lo quiten. ¿Al dentista? ¿En Albacete? ¿En agosto? La angustia se apoderó de mí. Por suerte, el grano blanco y repugnante se explotó solo y cesó el dolor.

Pero estas cosas no son como el montoncito de basura que se esconde debajo de la alfombra. A los pocos días me volvió a doler y tuve que ir al dentista. Por suerte ya estaba en Murcia y pude ir a mi dentista de confianza. Es un tipo simpaticote, con un estupendo y sempiterno bronceado y la dosis justo de gomina. Además, es buen dentista.

¿Que te dijeron qué en urgencias? Masculló algo que bien podría haber sido: estos son tontos. Los médicos son como los pintores o los electricistas: se pirran por criticar a los colegas. Cuanto más en evidencia los dejan, mejor se sienten. El caso es que lo que tenía era una infección de caballo en la muela y me la han tenido que sacar. El implante irá después. Muy buena la anestesia, le dije, no me ha dolido nada... solo una pregunta ¿para el bolsillo no tendrá usted ningún tranquilizante?

Ya escribí que a mí el dentista me da pánico. Ese sillón ultraergonómico, esos taladros, esas tenazas, esas agujas... de verdad que parece la sala de un torturador. En un momento dado estaba yo hundiéndome todo lo podía en el sillón, como si pretendiera huir
atravesando el suelo, mientras el doctor O.R.C. (vaya, tiene nombre de malo de cómic: Orc el Devastador) hacía fuerzas para arrancar mi muela, bien agarrada con unas tenazas horrorosas, y la enfermera me sujetaba la frente para que no me moviera. Acabé sudando como un pollo. ¿Te has mareado? me preguntaron. No, doctor, es el miedo, me hace sudar.

De camino a casa, me indispuse un poco. Tenía que ir con la gasa en el hueco sangrante que había dejado mi muela y el sabor de la sangre me dio un poco de angustia. Temí desmayarme al volante. Pero pude aguantar.

Al llegar me empeñé en enseñarle el hueco a Juan. No se lo enseñes, gritó Mercedes, es asqueroso. A mí me gusta el hueco de la muela lleno de sangre, dijo Juan. Dí que sí, hijo, le felicité. Luego le hablé a Mercedes: has visto, no tienes ni idea de los gustos de los niños, ¿es que no has leído Tom Sawyer? Mercedes se marchó y me dejó hablando solo. Juan disfrutó con la sangre. Papá escupe sangre, que me gusta. Como son los niños. Después me dijo: papá estoy triste. ¿Por qué, cariño? Por tu muela, me da pena que te la hayan quitado? A mí también, hijo mío, a mí también.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Menudo veterinario en potencia tienes en tu primogénito...si al final, la cabra o la herencia genética tira al monte...

elhombreamadecasa dijo...

La cabra tirará al monte pero no es seguro que por el hecho de que tanto la madre como el padre sean veterinarios los hijos también tengan que serlo. Aunque si a eso apuntamos el hecho de que los dos seamos veterinarios renegados, la cosa podría cambiar. Para mí que los hijos actúan más por llevar la contraria que por imitación.

Yo ya tengo pensado lo que quiero que sea cada uno de ellos, por supuesto, pero lo mantendré en secreto. Solo voy a manipularlos sutilmente y les haré sentir terriblemente culpables si no cumplen con mis deseos. Por cierto, mi suegra siempre nos dice que Juan va a ser veterinario. Ella no ha aceptado todavía que hayamos dejado de lado la profesión.

Anónimo dijo...

Es curioso...la primera vez que fuí al dentista a que me hicieran mi primer (y último) empaste, mi madre se tuvo que salir de la sala porque le dió "yuyu" y yo aguantando como una campeona...y por aquella época quería ser de mayor veterinaria!! descubría varios años después mi aracnofobia y opté por olvidarme de esa profesión...todo por una máldita araña.

elhombreamadecasa dijo...

Pues yo llegué a ser veterinario a pesar de la alergia infernal a los gatos. En una clínica en la que trabajé, me traían uno para que le cortáramos el pelo. A él le pinchaba un tranquilizante para que me dejara pasarle la máquina y yo me metía un buen chute de antihistamínico.

Anónimo dijo...

Tú ya lo sabes, los hijos hacemos lo contrario a lo que desean los padres...así que...
Por cierto, sí que está chulo el blog de lorzagirl.

elhombreamadecasa dijo...

¿Verdad que sí? Es divertido como pocos.