Cada miércoles un cuento en El Estafador

domingo, 28 de septiembre de 2008

Mis problemas con las puertas


Siempre he tenido una dificultad insalvable para distinguir los verbos tirar y empujar. Cada vez que llego a una puerta que indica que para abrirla hay que hacer una cosa u otra, me quedo paralizado, mirando el cartel como un tonto, el sudor frío corriendo por mi espalda, intentando recordar qué era empujar y qué tirar. Ni que decir tiene que siempre opto por la opción equivocada.

Pero si hay unas puertas que me den verdadero terror, esas son las... ¡puertas giratorias!



Este sábado, Mercedes y yo fuimos a unas jornadas que no eran de nuestro gusto pero la responsabilidad paternal nos obligaba a ir. Fueron en el hotel Nelva (de la cadena Santos, cuatro estrellas). Nada que ver con los salones sindicales o aulas universitarias a las que solíamos acudir cuando íbamos a charlas, coloquios y mesas redondas. La puerta de entrada era giratoria. Yo no entro, le dije a Mercedes. Ella resopló y me conminó a dejarme de tonterías. La puerta era muy moderna, como todo el hotel, y se movía sola. Te acercabas, empezaba a girar, debías entrar en el momento oportuno, andar al ritmo adecuado para no chocar con el cristal de delante ni que te diera el de detrás y saltar al hall del hotel justo a tiempo. Demasiado para mí. No voy a ser capaz, insití. Mercedes se limitó a empujarme dentro de la puerta. Respiré hondo, me encomendé a Stan Lee y conseguí salir de aquella trampa mortal, todavía no sé cómo. Con lo fácil que sería poner una de esas puertas que se abren solas hacia los lados cuando te ven llegar.

Las jornadas estuvieron bien. El café y la comida muy ricos aunque algo escasos. Y los baños... bueno los baños eran lo más. Con deciros que de lo modernos y diseñados que eran me costó distinguir entre los orinales y los lavabos. A punto de cometer una barbaridad.

(Para salir tuve que sobornar a un botones para que me dejara pasar por una de las puertas de servicio, que era de las normales)

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