Acabábamos de comer, cuando Juan nos preguntó si podía tomarse una chocolatina. ¿A quién se lo preguntes? dije yo; porque si se lo preguntas a tu madre, te va a decir que no y si me lo preguntas a mí, te voy a decir que sí. Juan, obviamente, decidió que me lo preguntaba a mí. Le dije que sí. A tomar por saco la pedagogía convencional.
La chocolatina tenía buena pinta, así que le pedí un poco. Juan me lo negó. ¿Cómo? me quejé, si tu madre no te pensaba dejar y yo te he dejado, ¿no me vas a dar? Juan se mantuvo firme. Aproveché un momento de descuido y se la intenté birlar. Pero Mercedes se chivó y Juan me descubrió.
Con la boca hecha agua, supliqué a mi propio hijo que me diera un poco. Aunque sea una miga, gemí. Juan arrancó un trozo casi invisible de chocolate y lo arrojó encima de la mesa. Me abalancé sobre él.
4 comentarios:
Eran dos para juan y dos para dario!! Juan dice: pero a mi hermano no le gustA el chocolate!! Digo pues todas pa ti!! Siento no haberte tenido en cuenta fede!! Jejej
¡No tienes slución! ¿Querrás que algún día tus hijos sean sensatos?Creo que tu próximo libro debería versar sobre la educación no convencional y tradicional de los hijos; o algo así.
¡Ah! Yo también habría pedido un poquito.
Mira que eres chuchero y chocolatero...
Rosa, en realidad no quería, era por fastidiar.
Mª Antonia, quiero que sean sensatos pero no tengo claro a qué tipo de sensatez me refiero.
Joserra, a ti no te puedo engañar: el chocolate me gusta pero las chuches (a pesar del Comando) no.
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