Cada miércoles un cuento en El Estafador

lunes, 5 de julio de 2010

Fin de semana en Albacete

Sábado. Madrugada. No recordábamos que en Albacete hubiera tantos mosquitos. Ellos no recordaban una sangre tan buena como la de los pequeños mestizos manchego-mediterráneos, de la que se atiborraron. En la mezcla está la gracia. Pero algunos no sobrevivieron para contarlo. Cada dos por tres, Mercedes encedía la luz. Ellos, asustados, se quedaban muy quietos en la pared. Para su desgracia, la Naturaleza no los ha dotado de un buen camuflaje para el gotelé blanco. Así que muchos acabaron convertidos en una pequeña mancha roja después de un golpe certero cargado de ira materna.

Sábado. Mañana. Gracias al despliegue de varias técnicas ninjas de sigilo, conseguí salir de la casa sin que nadie se despertara. Compré el periódico y me fui a desayunar a una churrería de la Avenida de España que se llama, obviamente, Churrería Avenida. En el nombre no se calentaron mucho la cabeza pero hacen unos churros buenísmos. En la mesa de al lado había tres hombres mayores que estuvieron todo el tiempo pasándose politonos por bluetooth. Para que luego digan de los adolescentes.

Sábado. Media mañana. Me fui con los hijos de paseo. Visitamos varias tiendas pero no compré nada. Soy más de las segundas rebajas, definitivamente.

Sábado. Tarde. El idilio entre Darío y yo está llegando a cotas insospechadas. Cuando Mercedes y Juan se fueron a la parcela con los abuelos, él prefirio quedarse en el piso conmigo. ¿Alguien da más?

Sábado. Noche. En Espinardo, después de una victoria de España, se oyen algunos petardos y, si acaso, algún coche pitando a lo lejos. Pero en la casa de los padres de Mercedes, en plena Avenida de España, estuvimos escuchando gritos, cánticos, trompetas y bocinas hasta bien entrada la madrugada.

Domingo. Mañana. Soy un convencido de que a situaciones desiguales, trato desigual. Quizás por eso, Darío y Juan me ganaron a todo lo que jugamos.

Domingo. Sobremesa. Después de una comida pantagruélica, un amigo de mis suegros nos invitó a un puraco cubano. El cigarro era tan grande que tuve que encenderlo a trozos. Afortunadamente, llevo ya casi dos años haciendo ejercicio, de lo contrario no hubiera tenido pulmones para aspirar el humo de aquella cosa.

Domingo. Tarde. Darío y Juan estuvieron jugando con el agua hasta que acabaron bañándose en sendos capazos. Mis suegros les llamaron "cuévanos", un adjetivo que hace referencia a la gente que vive en cuevas. Siempre aprendo palabras chulas cuando estoy en Albacete.

Domingo. Más tarde. Al poco de llegar a casa, me fui a correr. Tres cuartos de hora de carrera después, me había olvidado del puro, del exceso de alcohol y de la deliciosa tarta de avellanas que trajeron los tíos de Mercedes para el postre. Como hacía mucho calor, me llevé un botellín de agua. No sé correr y beber a la vez. Me da flato.

Domingo. Noche. Juan y Darío se durmieron en el coche, así que no tenían nada de sueño. Por suerte, echaban Shreck en la tele y la vimos en familia. Al llegar el típico momento de separación y mal rollo de toda película de dibujos que se precie, Juan empezó a llorar, justo cuando Rufus Wainwright cantaba el Hallelujah de Leonard Cohen.



De esa manera, se prolonga la tradición familiar de llorar con el canadiense (a mí me caen lagrimones como puños cada vez que escucho esta canción.)

6 comentarios:

Paco Bernal dijo...

A mí también me emociona. Una vez puse esta canción en mi blog y mis lectores más talluditos se decantaron sin embargo por la versión original (la de Leonard Cohen, que a mí me parece más sosa).

En fin, pa´gustos los colores.

Abrazos

MissManjolita dijo...

veo q habeis aprovechado bien el fin de semana, bien, bien. me alegro
si hubierta estado yo alli, tranquilo q no os pica ni un mosquito, yo creo q atraigo a todos los mosquitos a kilometros a la redonda... buuufff

llevo media hora intentando meter el codigo de verificacion y no me deja.joooo

Pepitilla dijo...

...a mi me pasa eso pero con su hermana Marta, se me pone el alma de punta!!

guayominí dijo...

Donde se bañaron tus hijos fueron en sendos cuévanos (Cesto de mimbre grande y hondo, poco más ancho de arriba que de abajo, para llevar la uva en la vendimia y otros usos). El puro y el cava debieron trastornarte el oido.

elhombreamadecasa dijo...

Paco, a mí me cuesta mucho decidirme entre algunas versiones y sus originales. La única forma que tengo de resolver la decisión es no tomarla.

MissManjolita, algo parecido pasa con Juan y Darío. De hecho, a Mercedes y a mí casi no nos picaron.

Pepi, vaya familia la de Martha y Rufus: el padre, la madre, los hermanos... ¿Cómo pueden cantar todos tan bien?

Guayomini, tomo nota y hago las correcciones oportunas.

cosas de cocina dijo...

En Cantabria el cuévano se lleva a la espalda, tal que mochila, para acarrear leña o hierba,también tipo alforja a ambos lados de la burra, las mujeres con bebés antiguamente los llevaban en el cuévano cuand iban a segar.Un trocito de folclore cántabro:
Un pasiego jura y vota
que me ha de llevar a Pas,
yo le digo que no quiero
llevar el cuévanu atrás...