Misterio. La calefacción del apartamento en el que estuvimos, estaba camuflada detrás de la pared. Para poder acceder a ella, había que quitar una pequeña tapa de madera, según nos explicó la encargada. Cuando se marchó, lo hice para ver cómo se ponía en marcha y descubrí un paquete de tabaco sin abrir (y todavía precintado) escondido junto al radiador. Las advertencias infernales sobre las consecuencias de fumar estaban escritas en alemán y en italiano. Nos pasamos los tres días divagando sobre el paquete de tabaco. ¿Qué hacía allí? ¿Quién lo había colocado? ¿Alguien estaba dejando de fumar pero se guardaba un as en la manga? ¿El apartamento era el escondrijo de unos estraperlistas? ¿Cómo es posible que el tabaco sea tan caro en Londres?
Cuando nos marchábamos, mi hermana le habló del paquete a la encargada y yo se lo enseñé. La encargada sonrió asombrada y se quedó el tabaco, como si no supiera nada del asunto. Twenty cigarettes free, dijo. Pero, al guardárselo, descubrí en su rostro una mueca sospechosa. Al salir del edificio, hizo el amago de dárselo a una vecina pero esta la miro con cara extrañada, como diciendo "si sabes que no fumo, ¿para qué me das eso?".
No consigo resolver el asunto. Mi última suposición incluye una cámara ultrasensible bien escondida entre cigarro y cigarro, así como una sofisticadísima red de espionaje.
Anécdota. El vuelo de vuelta salía a las siete y media de la tarde y habíamos acordado dejar el apartamento a las diez de la mañana. No nos seducía nada la idea de pasarnos el día con las maletas de aquí para allá. Nuestra primera opción fue dejarlas en una taquilla en la estación de Victoria pero no teníamos la certeza de que las hubiera. Además, un amigo nos advirtió de que tal vez las hubiera pero que, entonces, nos obligarían a pasar todo tipo de controles desagradables por culpa de las medidas antiterroristas.
Optamos por la segunda opción: pedirle a la encargada del apartamento que nos las guardara en su oficina hasta la hora de irnos. No nos puso ninguna pega y, de paso, nos recomendó una empresa de taxis con la que solían trabajar y que hacía buenos precios.
Después de un largo paseo por Hyde Park, pensamos que perderíamos mucho tiempo si íbamos hasta la oficina a por el equipaje y volvíamos a Victoria. Mi hermana llamó a la encargada y le preguntó si sería tan amable de llamar a un taxi de la empresa que nos había recomendado, meter nuestras maletas y decirle que nos las llevara a la esquina de Carnaby con Great Marlborough. Le respondió que por supuesto sería tan amable.
Felices y contentos, seguimos paseando. Después de meternos entre pecho y espalda un estupendo fish and chips y una espesa pinta de Guinnes, con esa espuma digna del mejor café con leche, nos fuimos al punto de encuentro unos minutos antes de la cita. Habíamos quedado a las cuatro y media, con tiempo de sobra para llegar a Victoria, y el taxista debería identificarnos porque llevaríamos un paraguas rojo abierto.
No llovía. Tal vez esa fue la razón por la que todos los que pasaban a nuestro lado nos miraban como diciendo: Están locos estos turistas.
A las cinco menos veinte, empezamos a ponernos nerviosos. Fui de la opinión de que no debíamos dejarnos llevar por el pánico hasta diez minutos después. La comida no había consegido pasar de nuestros esófagos y amenazaba con volver al aire libre. A las cinco menos cuarto, mi hermana dijo que pasaba de todo y que se iba a aeropuerto. Yo no lo tenía tan claro. En mi maleta iban todas mis compras y me resistía a perderlas. ¿Cómo seguir viviendo sin
Tal y como estaba previsto, a las cinco menos diez nos dejamos llevar por el pánico. Con el paraguas rojo abierto de par en par, empezamos a corretear por Great Marlborough Street. En apenas cinco minutos, habíamos recorrido seis millas y no sé cuántas yardas.
Entonces pasaron dos cosas: (1) el taxista llamó diciendo que estaba en el número 40 de dicha calle y (2) pasó Helena Bonham Carter vestida como una espantaja.
Corrimos al número 40. Allí, por supuesto, no había nadie. Eso, junto al impacto que nos había producido ver a una estrella de Hollywood tan mal vestida, acabó definitivamente con nuestra cordura. Nos separamos de forma imprudente y empezamos a parar taxis, meter cabezas por las ventanillas bajadas y perseguir cualquier cosa parecida a una maleta roja.
Al final, en el proverbial último segundo de los tebeos y las pelis de acción, Mercedes encontró un coche sin señal alguna que lo identificara, lejos del número 40, con Mike Tyson al volante (ver entrada anterior) y nuestras maletas en el asiento de atrás.
-Rápido -le gritó mi hermana-, a la estación de Victoria.
-Serán 20 libras más las 13 de traer el equipaje.
-Lo que sea, pero rápido (*).
Una vez dentro del taxi, nos dio un ataque de risa. Y fin.
(*) Conersación en inglés en el original.
4 comentarios:
Joooo revisa el texto que creo que te falta alguna frase.
Helena Bonham Carter,creo que tiene gusto por salir en las peor vestidas de todas la fiestas.
Lo de creerse que los ingleses son tan eficientes,es muy español,mas bien,su educación,les impide una negativa a tus demandas.
Si encuentra tu foto,por esas casualidades de la red,jugaran al blanco ella y el taxista.
Eres un escritor increíble si de dos tontadas así te sacas una peli de acción, de esas con historias paralelas que se dejan sin terminar, para dar ganas de ir a la segunda parte.
Mecachis.
Alemán, italiano: el tabaco era de... UN SUIZO.
Aitana, es que no me da permiso para contarlo.
Mona, en realidad, la muchacha hizo la gestión, solo que el taxista en vez de buscarnos se quedó allí aparcado como si tal cosa.
Eduardoritos, yo también pensé en el origen suizo del tabaco, lo cual, inevitablemente me lleva a pensar en cuentas secretas y millonarias.
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