Cada miércoles un cuento en El Estafador

martes, 8 de julio de 2008

Una dosis de mi propia medicina

Carlos González, el autor de "Bésame mucho" (un libro que todo hijo debería hacer leer a sus padres), habla de la hipocresía de ciertas enseñanzas que intentamos transmitir a los hijos. Como la generosidad. Si está tan bien ser generoso y es tan necesario, los adultos también deberíamos serlo. La idea la ilustra con la típica escena en el parque en la que un niño, por ejemplo, ve el juguete de una niña y lo quiere coger. La niña agarra con fuerza su posesión y la defiende ante el intruso. Entonces la mamá le suelta todo un rollo sobre lo necesario que es compartir y le obliga a dejar el juguete al niño entrometido. Si es tan bueno compartir, señora, viene a decir González, comparta usted las llaves de su coche con el primer extraño que se lo pida.



Leí el "Bésame mucho" durante las primeras noches que Juan durmió en casa. Me parecía una imprudencia por mi parte dormirme: ¡y si le pasaba algo durante la noche! Así que me dediqué a leer. Siempre que me ha tocado pasar por la escena del parque, he procurado mantenerme al margen lo que no ha impedido que le haya enseñado a Juan que compartir es bueno. Otra cosa es predicar con el ejemplo.

La otra noche cenábamos en el patio. A las nueve sigue haciendo calor, menos que a las dos del mediodía, pero calor. Lo que pasa es que nos da cierto apuro ecológico estar a esas horas con el aire acondicionado puesto, así que nos salimos al patio para sudar un poco menos que en la casa. Al terminar, me tomé de postre una horchata a la que, para mi gusto, le sobraban dos o tres grados centígrados, quizás cinco. Juan la vio y, como es un catacaldos, fue corriendo a pedirme. Es mía, le dije, tú toma tu cena que la horchata me la tomo yo. Entonces Juan me respondió cargado de razón: Hay que compartir. Con gesto avergonzado, le alcancé la botellita y él, satisfecho y orgullosos, le dio un buen trago.

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