Cada miércoles un cuento en El Estafador

lunes, 28 de julio de 2008

Conciencia colectiva (o La terrible importancia de las cosas pequeñas)


Advertencia: el post que sigue es algo largo y sin sentido. Es de esos que vienen y van sin llegar a ningún sitio. Si vais mal de tiempo, no lo leáis. Y si vais bien... casi que tampoco. (Detrás hay uno cortito que os va a divertir, ese sí podríais leerlo)

De vez en cuando dedico algo de tiempo a pensar en los vampiros. No me entendáis mal, no es que yo, voluntariamente, decida estar quince, veinte o los minutos que sean reflexionando sobre estos tipos de colmillos afilados, no. Es mi cabeza, que tiene importantes cuotas de autonomía, a la que le gusta divagar sobre temas vacuos. Y cuanto más vacuo el tema, mejor. Lo que me llama la atención de los vampiros es lo que yo denomino su conciencia colectiva. Cuando te muerde uno de ellos, no solo huyes del sol, los ajos y los crucifijos, también adquieres conciencia de ser un vampiro y sabes, como por arte de magia, cómo comportarte, a quién morder, dónde esconderte. El cambio es, además de físico, ético y etológico. Todo un misterio. Similar al de Alien 3 (ó 4, no me acuerdo) cuando clonan a la teniente Ripley y sale igual que era, recuerdos incluidos.




En el número 2 de "La cosa del pantano" (Planeta DeAgostini) se apunta una posible solución. Mientras Alec Holland se debate entre ser un tubérculo o un dios, el Doctor Woodrue le explica al malvado General Sunderland un experimento hecho con gusanos platelmintos (al parecer verídico). Unos científicos enseñaron a uno de esos gusanos a recorrer un laberinto. Después lo cortaron en trozos y se lo dieron a comer a otros gusanos como él. Estos no sabían recorrer el laberinto pero después de comerse al primero supieron hacerlo a la perfección. Según Woodrue, y a la vista de los resultados, se podía concluir con que el conocimiento se puede transmitir por la comida. Quizás eso pueda explicar algo de lo que pasa con los vampiros pero no aclara del todo la sensación de pertenecer a una conciencia colectiva que tengo de vez en cuando.

De joven, me ganaba la vida dando clases particulares. En aquella ocasión estaba con un chico que vivía en un piso muy alto del centro de Murcia. Mientras hacía alguno de los ejercicios que tenía de deberes, me asomé por la ventana. Los coches aparcados estaban dispuestos de manera ordenada y los que circulaban lo hacían por los carriles apropiados. Desde allí arriba todo parecía la maqueta de un aficionado detallista. De repente, un coche rompió esa perfección saliéndose de su sitio y yo me sentí profundamente irritado y a punto estuve de caer en una depresión. Estás loco, me dijo una amiga cuando se lo conté en una de esas borracheras descomunales propias de la Universidad.

Después de aquello salió a la venta la revista "A las barricadas". Una revista antológica (al menos para mí) en la que colaboraban Manuel Vázquez Montalbán, Forges, Carlos Giménez, Sir Cámara, Mauro Entrialgo, Carlos Boyero, Miguel Gila... hasta escribía Juan Manuel de Prada antes de quitarse definitivamente la careta de progre. Una ventaja añadida de esta revista era que se vendía de forma inseparable con Interviú. Ah... qué tiempos aquellos en los que Internet no había democratizado aún la pornografía. Bueno, a lo que iba, que me pierdo. El número 1 de "A las barricadas" incluía un poema de Pessoa titulado "Callos a la manera de Oporto":

Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo,
me sirvieron al amor como callos fríos.
Le dije con delicadeza al misionero de la cocina
que los prefería calientes
que los callos (y eran a la manera de oporto) nunca se comen fríos.

Se impacientó conmigo.
Nunca se puede tener razón, ni en un restaurante.
No los comí, no pedí otra cosa, pagué la cuenta
y me fui a dar una vuelta por la calle.
¿Sabe alguien lo que quiere decir esto?
No lo sé yo, y fue a quien sucedió...

(Sé muy bien que en la infancia de todo el mundo hubo un jardín
particular, o público, o del vecino.
Sé muy bien que nuestro jugar era su dueño.
Y que la tristeza es de hoy).

Lo sé de sobra,
pero si pedí amor, ¿por qué me trajeron
callos a la manera de Oporto fríos?
No es plato que se pueda comer frío,
pero me lo trajeron frío.
No protesté, pero estaba frío.
Nunca se puede comer frío, pero llegó frío.

Cuando lo leí no pensé en todas las veces que en un bar me han traído lo que me pedido pero al revés y me he quedado callado como un gilipollas. Pensé en el episodio del cohe mal colocado y sentí que algo extraño me hermanaba con Pessoa.




La semana pasada, abrí la novela de Guillermo Arriaga, "El búfalo de la noche", para echarle un vistazo. Uno de los epígrafes era de Charles Bukowski y decía así:

no son las cosas importantes las que llevan a un hombre al manicomio. está preparado para la muerte o el asesinato, el incesto, el robo, el indencio, la inundación.
no, es la serie continua de pequeñas tragedias lo que lleva a un hombre al manicomio...
no es la muerte de su amor sino el cordón del zapato que se rompe cuando tiene prisa.

Un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Era como si parte del alma de Bukowski estuviera en mi interior. Tal vez él, Pessoa y yo hayamos comido el mismo tipo de alimentos en mal estado. O formemos parte de alguna arcana hermandad como la de los vampiros.

Sí, las cosas pequeñas son las que acaban por desquiciarme y las que, lo sé, darán definitivamente con mis huesos en algún psiquiátrico. Qué hace aquí este pobre hombre, preguntará el enfermero. No encontró calzoncillos limpios que ponerse una aciaga mañana de invierno, le responderá alguien.

4 comentarios:

owachy dijo...

Al menos estás hermanado con buenos escritores ;)

Por cierto, no dejes nunca de leer, pues aunque los síntomas de esta enfermedad se parecen mucho a la demencia son peores los que causan su cura: estupidez, desmotivación, falta de ambición, nula creatividad y pérdida absoluta de la capacidad de soñar.

Ahora, como dice el bueno de Sabina, si quieres te consigo en alguna farmacia de renombre algunas "pastillas para no soñar"... pues siempre estoy dispuesto a echar una mano en la eutanasia de un amigo.

Lee, mucho, lee hermano...

elhombreamadecasa dijo...

Hermano, una cosa es no soñar y otra eutanasiarte o como se diga. De momento seguiré leyendo, ahora estoy disfrutando de "El juguete rabioso". No sé por qué pero me recuerda a esas novelas que leíamos en el instituto: "El jugador", "El tunel"...

Anónimo dijo...

Me refería a la eutanasia intelectual, claro está. Para la otra siempre hay tiempo...

elhombreamadecasa dijo...

Hombre... a la intelectual no creas que le haría muchos ascos. Un poco de silencio cerebral... ¡qué gusto!