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sábado, 23 de marzo de 2013

Marx hoy. Primera parte: Mercancía humana


Tengo un amigo que trabaja en el CSIC, es filósofo. Lo vi hace poco, en una mani, of course, los nuevos centros móviles de ocio, y me contó que están organizando en Madrid un seminario sobre leer a Marx en el momento actual. Me muero de la envidia. Marx es un autor al que se le conoce, se le valora y se le cita habitualmente a partir de fuentes secundarios, de otros autores. Hace tiempo decidí acudir a las fuentes primarias y leerlo directamente. He optado por el joven Marx, bastante más chispeante que el Marx clásico. (Anda que no se nota que los amigos de la Internacional Situacionista lo leyeron y adoptaron muchos de sus recursos literarios, yo estoy en ello). Por todo eso me dio tanta envidia lo del seminario sobre Marx. Para consolarme, me animo a escribir lo que sigue.

Marx está en esa categoría de autores que tanto (o más) como lo que expone, interesa que sea ÉL quien lo exponga. Sus afirmaciones se entremezclan con su figura de tal forma que la idea es válida (o no) por estar dicha por ÉL. La idea es calificada sólo en función de quién la firma, sin necesidad de analizarla o criticarla. Me mola Marx, por lo que me mola todo lo que dice. Para que esta relación pueda ser siempre verdadera se exige forzar la interpretación de sus textos (o, si es necesario, obviarlos). Téngase en cuenta que en el caso de Marx la cosa va más allá de la simpatía o antipatía personal. Todo un tipo de Estado y Partido se construyó con el marxismo como excusa ideológica. No se podía permitir que el capitalismo de Estado se tambaleara por ideas mal entendidas de Marx. Así lo explica Daniel Guérin (en Marxismo y socialismo libertario):

«En cambio otros autores -de los cuales emana un tufillo stalinista- el “humanismo” de Marx sería mercancía adulterada. Sostienen que Marx habría renegado muy pronto de sus “errores” juveniles y que las obras de su madurez “no necesitan ser comentadas en relación con su evolución anterior”. El Marx de los años mozos no “veía con claridad dentro de sí mismo”, su pensamiento era todavía “indeciso” y “anticientífico”. Es verdad que ya se llamaba Marx, pero apenas estaba “en el camino del marxismo”».

De esta manera, no es ya que la figura del autor se imponga a su obra, es que tanto uno como otra deben ser vistos a partir de la interpretación correcta que sólo los marxistas de pura cepa están en disposición de hacer. Lo que dice Marx no es lo que dice Marx, es lo que ellos dicen que dice Marx.



Sería interesantes conocer el tipo de guarnición con la que los intelectuales orgánicos se comieron frases como la que compara a la burocracia con «una casta para la cual el mantenimiento de su régimen se convierte en una cuestión primordial» o aquellas en las que, hablando del gobierno de Napoleón III, habla del poder ejecutivo «con su  enorme organización burocrática y militar, con su artificiosa maquinaria estatal de múltiples capas [...] terrible organismo parasitario que se enrosca como una membrana reticular alrededor del cuerpo de la sociedad» (en este caso francesa pero el gentilicio podía cambiarse por otros sin mayor problema). Estas frases están incluidas en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, escrito en 1852, cuando Marx contaba 34 años y ya no era tan joven.

En el primer manuscrito de Manuscritos: Economía y Filosofía, Marx establece, denuncia, una asimilación de las personas que trabajan, o mejor: que deben trabajar, con la identidad de trabajador:

«Se comprende fácilmente que en la Economía Política, el proletariado, es decir, aquel que, desprovisto de capital y de rentas de la tierra, vive sólo de su trabajo, de un trabajo unilateral y abstracto, es considerado únicamente como obrero».

En el caso del trabajador todo lo que se diga de él en tanto en cuanto trabajador, será válido de él en tanto en cuanto persona. Una terrible sustitución de términos.


La naturaleza, de la que formamos parte, es «el cuerpo inorgánico de las personas». Dependemos de ella, la reclamamos, para que nos proporcione los medios necesarios para subsistir. De la misma manera, la necesitamos como «materia, objeto e instrumento de nuestra actividad»(*).  Es esta actividad una pieza clave en nuestra diferencia con los animales porque las personas hacemos de ella el objeto de nuestra «voluntad y conciencia». Sabemos lo que hacemos y para qué lo hacemos. Construimos lo que nos es preciso y aquello que deseamos. Producimos, creamos, en función de criterios que van más allá de la supervivencia, nos dejamos guiar por «criterios estéticos», por la «belleza».

Pero donde el conejo construye una madriguera que pasa a ser su posesión, una extensión de sí mismo, el lugar donde descansar y protegerse, las personas trabajamos produciendo cosas que nos son arrebatadas. El obrero que teje lana (imagen de la Inglaterra de mediados del siglo XIX, actualizada en la mujer, o niño, que pasa media vida encerrada en una maquila), es desposeído de su creación, el jersey se convierte en una mercancía que se le arrebata y se pone fuera de su alcance. Horas al día tejiendo para después tener que vestirse con harapos y pasar frío. El vínculo con la naturaleza, con nuestra conciencia y voluntad se ha roto. Nos lo han roto.


La persona aspira a que su creación sea el reflejo de sí misma, pone una parte de lo que es en el objeto. Objeto que, una vez hecho, le es arrebatado produciéndose la enajenación del trabajador en la mercancía. No es, ni somos, libre en su relación con el trabajo: debe someterse a él (para ganar el sustento) y debe trabajar según lo que le ordenen: cómo, cuánto, dónde. «El trabajo es vida y si la vida no se entrega  cada día a cambio de alimentos, sufre y no tarda en perecer. Para que la vida del hombre sea una mercancía hay que admitir, pues, la esclavitud» (**) . El trabajador se enajena en el trabajo, pierde lo que produce y hasta se pierde a sí mismo. La pérdida es tan esencial que afecta a su vida por completo: «El trabajo enajenado por tanto [...] hace extraños al hombre su propio cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia espiritual, su esencia humana». Al perder nuestra esencia (en la oficina, en la cadena de montaje, en el mostrador de la tienda...), el «ser genérico del hombre», nos convertimos en extraños a nosotros mismos, vamos a todas partes con la inquietante sensación de albergar dentro de nosotros a un extraño (o a un vacío amorfo que nos desorienta continuamente el centro de gravedad por lo que nos es tan difícil erguirnos).

Siglos de enajenación pueden haber convertido a la presencia de ese extraño en una infelicidad difusa, a veces depresión, a veces ansiedad, casi siempre medicada. Si somos extraños para nosotros mismos, si nuestra auto-relación se ha vuelto imposible, peor le va a nuestra relación con los demás. Perdida la esencia, es imposible establecer relaciones humanas con quienes nos rodean, sean los capitalistas que nos roban lo que hemos producido o sean compañeros de trabajo. Estas relaciones estarán, por tanto, igualmente enajenadas. Por eso es tan complicado establecer la oportuna enemistad que merece el explotador o el cariño y solidaridad que merece el compañero.


La persona, en un cruel efecto reflexivo, ha quedado reducida a una mercancía más. Y como tal mercancía está sujeta a las leyes que la rigen: «Los grandes talleres compran preferentemente el trabajo de mujeres y niños porque éste cuesta menos que el de los hombres» (como bien saben Nike o Inditex).

Hasta aquí se ha hecho un resumen del razonamiento del jovencito Marx y, como todo resumen, puede parecer parcial o incompleto. En todo caso, él mismo afirma: «Con la misma Economía Política, con sus mismas palabras, hemos demostrado que el trabajador queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías...». La cuestión puede matizarse, y se hará, pero es tan evidente que cuando alguien nos pregunta qué somos, espera que le respondamos en qué trabajamos (o en tiempos de crisis, qué hemos estudiado para poder trabajar).

*  *  *

Y en el próximo capítulo:

No hay arma de guerra más poderosa que la persona, entiéndase de forma metafórica o literal, según el ánimo de cada cual.

«La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas».

Tenemos que «considerar como una suerte la desgracia de haber encontrado tal trabajo».
  



(*) No debería desprenderse de esa afirmación de Marx la idea de que la naturaleza está a nuestro servicio. Él mismo afirma que el «el hombre es una parte de la naturaleza». Y en el tercer manuscrito: «La sociedad es, pues, la plena unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo realizado del hombre y el realizado humanismo de la naturaleza»

(**) La traducción de los manuscritos, llenos de citas y notas sin desarrollar, se hace tan compleja que hay frases que no quedan claro, al menos para mí, si son de Marx o si son citas. Esta en concreto va acompañada de la siguiente aclaración entre paréntesis: «pags, 49-50 l.c.».

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