(Las imágenes que acompañan al texto son de la ilustradora Rosa Tortosa, podéis ver más en su blog: decalcomaniasycalcos)
Marx llega a afirmar que todas las relaciones de servidumbre
surgen de la servidumbre en el trabajo y que la emancipación de la sociedad
debe expresarse «en la forma política de la emancipación de los trabajadores». Y
ahora es cuando toca hacerse preguntas. ¿No es esto colaborar con el discurso
de la dominación? ¿La enajenación de la persona en el trabajo y su
identificación plena como trabajador debe ser el punto de partida o debe ser
simple y llanamente negada? ¿De verdad somos solo trabajadores, hemos perdido
toda la esencia humana que nos era propia? ¿Liquidado el trabajo enajenado y
enajenador, estaremos efectivamente emancipados? ¿Hay alguien ahí?
Para Marx, el hombre interesaba al capital solo en su
condición de trabajador y a esa condición, pues, lo reducía. «No lo considera
en sus momentos de descanso como hombre». El resto de aspectos de su
vida eran colocados en dispositivos de control y represión: médicos, jueces,
policía, curas... Pero si en 1848 el tiempo de ocio y descanso era dejado de lado
por la dominación o solo controlado / reprimido, desde que acabara la Segunda
Guerra Mundial, el ocio pasó a ser objetivo prioritario de la dominación, como
campo de explotación económica y como campo de manipulación y sumisión. El
tiempo libre del trabajador se abrió como una tierra virgen dispuesta a ser conquistada
por el Imperio. Bien aprovechado, el ocio podía suponer la reintegración a los
explotadores de los escuálidos salarios que destinaban a sus
trabajadores. Además, era un tiempo ideal para llevar a cabo nuevos ajustes en
la dominación. Mejor que empleemos el tiempo libre en un centro comercial que
en una biblioteca, mejor que vayamos de compras a que follemos a lo loco, mejor
que comamos en un restaurante de productos ecológicos y con denominación de
origen a que nos emborrachemos con vino barato y nos coloquemos con cualquier
droga ilegal. La Internacional Situacionista, que leyó mucho y bien al joven
Marx, fue la responsable de descubrir la colonización de nuestro tiempo libre
(y de lanzar el mayor desafío al que se ha enfrentado la dominación hasta
ahora: No trabajes jamás). Y tanto lo fue que seguimos trabajando para la
dominación durante nuestro tiempo de ocio también llamado, ay, tiempo libre. La
aportación situacionista amplifica el debate y lo deja en disposición de
profundizar en busca de nuevos resquicios.
Como las personas interesan en tanto en cuanto trabajadores,
los que no lo son, no interesan. «En consecuencia, la Economía Política no
conoce al trabajador parado, al hombre de trabajo, en la medida en la que se
encuentra fuera de esa relación laboral. El pícaro, el sinvergüenza, el
pordiosero, el parado, el hombre de trabajo hambriento, miserable y delincuente
son figuras que no existen para ella, sino solamente para otros ojos: para los
ojos del médico, del juez, del sepulturero, del alguacil de pobres, etc; son
fantasmas que quedan fuera de su reino...». Pero, como afirma la
Sociedad para el Avance de la Ciencia Criminal (SASC) ya no se domina por
exclusión sino por inclusión. Lo que no se introduce en la dominación como
norma, se introduce como lo opuesto, como lo que no se debe ser. El pícaro, el
sinvergüenza, el pordiosero, el parado, el hombre de trabajo hambriento,
miserable y delincuente sí existen y se
muestran sin cesar porque son útiles para la dominación. Su utilidad pasa por
hacerlos visibles de forma permanente. Antes se colgaba en público al
delincuente, ahora convertimos los números del paro en rostros, humanizamos las
estadísticas, para así conocer aquellas personas a las que no nos queremos
parecer. Reinvéntate todas las veces que haga falta, busca trabajo activamente,
no seas nunca como el desahuciado, como el parado, como el ladrón de cobre.
Somos parte de la naturaleza y en ese ser somos alma
y somos cuerpo. El cuerpo no puede ser visto como un simple recipiente de
almas, un cascarón hueco (aunque sea eso lo que pretenda la dominación). Nuestra
esencia no es solo el alma, lo es también el cuerpo. El cuerpo con sus
magníficas limitaciones, sus destilados fluidos, con sus reveladores dolores y
sus impulsos irrefrenables. Cuerpo en busca de alma como compañera de baile. Cuerpo
que se resiste a ser sometido, que guarda el recuerdo primitivo de la libertad
sin límites, que no acaba de agachar la cabeza y al que siempre le quedan
dientes que apretar. Cabría, entonces, plantearse si la sensación de ausencia
de nosotros mismos es una ausencia que sentimos en el cuerpo o una ausencia que
siente el cuerpo. Podría ser tanto una experiencia corporal como la experiencia
de los restos de conciencia, de alma, que no han conseguido robarnos. Y si
damos por hecho que nos han robado el ama, ¿por qué habrían de respetar
nuestros cuerpos?
Es para esto que existe el biopoder. «Tal es la política por
venir de la dominación, la biopolítica: una política que gestiona los cuerpos
como continentes de almas. Se trata de hacer que nos reduzcamos a
aquello por lo que el poder nos sujeta. ¿Y qué hay más necesario, más
inmediato, qué hay más inalienable que nuestro cuerpo?» (Hombres-máquina: modo de empleo, Tiqqun).
Nos arrebatan lo que tenemos de enajenable, nos colonizan lo que no. De entre
todas las figuras que se encargaban de nuestro tiempo libre, o de los
no-trabajadores, se alza el médico como nuevo y radiante empleado del mes
de la dominación. El médico señala por doquier lo opuesto a la norma, enfermos
en los que ver el reflejo indeseable, y hace que nos ocupemos tanto de nuestra
salud, siempre con instrucciones dentro del estado actual de cosas, que no
tendremos tiempo para ocuparnos de nada más. Podemos hacer planes para
emanciparnos de dios, del patrón, del padre pero ¿quién puede independizarse
del médico? El vínculo aspira a ser eterno (Tiqqun, de nuevo).
La dominación tiene una tarea ardua e interminable. Cuando
cree que lo controla todo surgen nuevos problemas, dimensiones escurridizas de
la esencia humana. La persona enajenada en la mercancía, manipulada en el
tiempo libre, utilizada como ejemplo patológico... acaba convertida en un
cuerpo hueco, vacío de presencia. Pero está por ver que la biopolítica pueda
cumplir su misión. La idea de la persona enajenada en trabajador desarrollada
por Marx fue ampliada en el espectador de Guy Debord y ahora se
transmuta en el Bloom (Teoría del Bloom, Tiqqun).
Bloom es un individuo anónimo, vacío. Y
en su vacío está la clave porque de ahí puede oscilar a la completa sumisión o
a toda clase de rebeliones. El Bloom puede fluir sin ruido entre los
dispositivos de la dominación, sea el dispositivo trabajo o el dispositivo
ocio, sea el dispositivo universidad o el dispositivo médico de cabecera. Y en
ese fluir silencioso se vislumbran grietas, puntos de fuga, la posibilidad de
convertirnos en una máquina de guerra: «Si lo pensamos con atención,
comprenderemos que el objetivo de la biopolítica nunca ha sido otro: garantizar
que jamás lleguen a constituirse mundos, técnicas, relatos compartidos o magias
por cuyo medio la crisis de la presencia pueda superarse o asumirse, transformarse
en centro de energía, en máquina de guerra» (Hombres-máquina: modo de empleo). Una máquina con alma,
radicalmente distinta a la máquina servil y trabajadora que denunciaba Marx,
máquina con voluntad, con conciencia, con criterios estéticos, con un cuerpo al
que hacer gozar, dispuesta a liquidar todo aquello que la esclavizó. Romper las
fronteras entre dispositivos, saltar de presencia en presencia, multiplicarnos,
esquizofrénicos poderosos...
No hay razón alguna para seguir las normas. Ni para respetar
el lenguaje o las herramientas de la dominación. Bien pensado, nada nos impide
apropiarnos del discurso médico, darle la vuelta y dirigirlo contra el
biopoder. Una vez que la célula se define siguiendo los dictados genéticos, se
ocupa de su función (dar lugar a un pelo, por ejemplo) y se dispone a morir.
Esa célula, con un par de retoques cromosómicos, puede ser reprogramada y
volver a un estado primordial y, por tanto, pluripotencial, lista para
convertirse en neurona, en músculo liso o en hepatocito. Si eso se puede hacer
con una célula, ¿qué nos impide a nosotros, hechos de millones de ellas,
reclamar la capacidad de ser lo que no dé la gana? Por mucho que nos enajenen,
que nos bio-sometan, no podrán borrar de nuestros cuerpos y almas «el empuje
revolucionario que arroja a la cara del adversario la insolente expresión: No
soy nada pero debo serlo todo» (Marx,Introducción para la crítica de la filosofía del derecho de Hegel)