Las instituciones provocan pena cuando
no desprecio. Es lo que se merece un ente cuyo principal objetivo, si
no el único, es la supervivencia. No hay institución que no lo
sacrifique todo por seguir existiendo. Es una cuestión de dramas y
definiciones porque si decide anteponer otros fines a la
supervivencia, deja de ser institución. Al 15M le queda mucho
todavía para institucionalizarse aunque ya se ven síntomas por aquí
y por allá, como los tontacos que han formado una asociación usando
el nombre de DRY. Este es un peligro y son varios los defectos. Desde
el principio me ha llamado la atención ese empeño en afirmar que en
el 15M cabe todo el mundo. En lo que a mí respecta, no pienso
trabajar con fascistas, homófobos, racistas o machistas. Y se me
ponen los pelos como escarpias al ver a los papanatas de UpyD
pululando por ahí o a los del PSOE que se creen que, por poner un
ejemplo, mayo de 2010 no existió. La pusilanimidad y el buenísmo
también han campado a sus anchas en parte del movimiento. Menuda se
lió cuando en Murcia se intentó hacer en Carrefour una acción
similar a la ejecutada por el SAT en Mercadona. No se concluyó
porque, al ponerse en medio los seguratas, los carros llenos de comida
se abandonaron. Incluso se intentó devolver los alimentos a sus
estantes pero no fue posible. Les dijeron de todo a los de la
Comisión de Acción. En fin.
Exhibido el espíritu crítico, voy al
elogio. Un trabajador que participó en la huelga de la construcción
en Granada allá por el 1970 explicaba lo siguiente:
Los centros de trabajo eran verdaderas
escuelas, donde los jóvenes aprendíamos el sentido de la vida y las
razones para luchar por una vida distinta. En las horas del
bocadillo, a las diez de la mañana, y de la comida del mediodía,
todos los trabajadores se reunían alrededor de un fuego, si era
invierno, o alrededor de un botijo de agua, si era verano. En esas
mini asambleas se podía hablar de todo, y casi en total libertad,
siendo así como muchos de los que ahora tenemos más de cincuenta
años forjamos nuestro espíritu de rebeldía (*).
Estaba la fábrica, el centro de
trabajo y estaba la universidad, el centro de estudio. En pasado
mondo y lirondo.
El obrero masa, ese que podía ser
intercambiado por cualquier otro porque su labor consistía poco más
que en ser una pieza de la máquina, llegó a convertirse en un
verdadero problema. Su alienación trocó en virtud y miles de
obreros masa consiguieron organizarse, de forma horizontal, todos
iguales, todos con el mismo compromiso, todos con las mismas
demandas. Esa fuerza descomunal acabó siendo anulada al precio de
hacer desaparecer al obrero masa. Los grandes centros de trabajo se
atomizaron y aparecieron toda clase de trabajadores, digamos,
intelectuales: desde oficinistas a sociólogos (**).
¿Y qué decir de la Universidad? La
endogamia de los departamentos deja en ridículo la sangre estancada
de las monarquías europeas y el sentido crítico, la protesta, las
ganas de cambiar el mundo y etcétera se quedaron relegados a los
libros de historia, a algunos libros de historia, o a pobres
bravuconadas de cantina. Claro que hay gente en la universidad que
intenta organizarse y luchar pero son agujas intentando sobrevivir en
un pajar de inmundicia.
Deshecha la fábrica e idiotizada la
universidad, ¿dónde encontrarse? ¿Dónde conocer gente con ideas
similares, con inquietudes parecidas, con la misma rabia palpitando
en las arterias y la misma convicción de que se acabó lo que se
daba? ¿Dónde hacer planes de futuro? ¿Dónde imaginar un mundo
mejor? ¿Dónde aprender de los compañeros que saben más o que
saben otras cosas? ¿Dónde pronunciar y oír palabras? ¿Dónde
compartir el calor del fuego o el agua fresca de un botijo? ¿Dónde
producir la inteligencia colectiva? ¿Dónde debatir soluciones para
mis problemas y los tuyos? El 15M vino a resolver estas preguntas y
señaló las calles y las plazas como nuevas fábricas y
universidades, nuevas espacios en los que llevar a cabo el encuentro,
practicar la palabra, diseñar la acción. El 15M tomó las plazas y
decidió multiplicarse en los barrios. Son decenas las asambleas
locales que están trabajado, decenas los grupos de trabajo, decenas
las iniciativas puestas en marcha. Personas que hace poco más de un
año no se conocían se sienten, ahora, compañeros, han aprendido a
confiar unos en otros, se escuchan, se ceden la palabra, se
intercambian ideas y se la juegan juntos. Esta virtud, pase lo que
pase, no se le podrá negar al 15M.
(*) Memorias inéditas de Pedro Ortega,
actualmente militante de la CGT. Citado por Remigio Mesa Encinas en
“La huelga de 1970 en Granada”.
(**) Si la desaparición de los grandes
centros de trabajo y su influencia en la vida de la ciudad ahogó al
movimiento obrero, habría que señalar algunas cosas sobre el paro
como elemento de lucha/ajuste/castigo contra la clase
alienada/explotada. Tal vez en otro post.
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