Cada miércoles un cuento en El Estafador

domingo, 15 de julio de 2012

La balanza trucada


Algunos símbolos ocultan más de lo que muestran. Es más, lo que muestran provoca incertidumbre y lo que ocultan brilla de manera extraña cuando se descubre, con cierta aura de, parece mentira, credibilidad. La Justicia, por ejemplo, con su venda, su espada y su balanza.

La venda nos dice que es ciega, en el sentido de no prejuzgar, de pasar a todos por el mismo rasero. Ya podéis reír. Sin embargo, la ceguera que no nos enseña, y que practica a diario, es hacia la realidad. A la Justicia le importa un bledo lo justo, ella aplica la Ley ciegamente. Y la Ley, debería saberse, sirve a los que la hacen y la ejecutan. Nos muestran distintos uniformes pero los viste el mismo ente. El Juez Dredd, personaje de tebeo, que es policía, juez y verdugo, tres en uno, no es de ficción, está basado, escrupulosamente, en nuestro día a día.

La espada de la justicia, por su parte, es un símbolo que, aunque se debilite la argumentación en curso, no tiene muchos dobleces. Es la fuerza con la que se hace cumplir la justicia, el poder coercitivo del estado, la porra con la que se abren cabezas de manifestantes, el consejo de ministros en el que se pulverizan derechos adquiridos, la pistola láser del Juez Dredd, el teléfono por el que los mercados dan órdenes a nuestro presidente.

Y qué decir de la balanza. Querrán hacernos creer que es símbolo de ecuanimidad, de objetividad... Podéis seguir riendo. La balanza es el símbolo del engaño, el mafioso Cristopher Moltisanti, sobrino de Toni Soprano, alterando con un dedo el peso final de la carne que está comprando para engañar al tendero o el tendero del edificio sito en el número 13 de la Rue del Percebe timando a diestro y siniestro. No existen balanzas fiables. Dejad de buscar.



Una de las claves de la supervivencia de la Dominación es una balanza trucada. Un timo del tres al cuarto que, sin embargo, compensa cualquier barbaridad cometida por el Imperio. A un lado, en el platillo del Poder, toda clase de abusos, de un tamaño o de otro, sutiles o burdos, criminales siempre. Del otro lado, digamos del lado del pueblo, con una minúscula digna, las necesarias respuestas sociales: una manifestación por aquí, una recogida de firmas por allá, puro folclore. La balanza está trucada de tal manera que un gobierno liquida una serie de derechos laborales a los funcionarios y solo un sindicato habla claramente de huelga general. Un sindicato conservador y una huelga, ya si eso, en septiembre, que ahora hace mucho calor. A un lado una roca de una tonelada y al otro un granito inofensivo de arena. Pero, ¡abracadabra! la balanza se equilibra y todo sigue como si tal cosa. También podríamos hablar de los parados, secuestrados en España como si de la URSS se tratara. Dejémonos llevar por las comparaciones, venga. Stalin con bigote, Rajoy con barba. Uno con la Checa de su lado, otro con la amenaza de perder el subsidio si se sale del país. Y los parados se conforman con pedirse el color rojo para su marea. O de las familias de personas dependientes. O de los jubilados. O de los chavales de instituto que acabarán llegando a un futuro que será puro abismo, simple devastación.

La Dominación necesita de cierta tensión social para funcionar de forma óptima. Inofensivas válvulas de escape que dejen salir la rabia, frustración, etcétera sin que nada resulte dañado. Es difícil decirlo mejor que un tertuliano del programa Hora25 (Cadena SER, 13/07) que enmarcó las distintas protestas realizadas desde los últimos recortes en un “contexto de normalidad”. Claro que sí, es normal, normalísimo, tan normal que todo sigue como si tal cosa. Si una pistola no disparara balas, se arreglaría. Si un boli se secara, no se usaría para escribir. Si un fusible se fundiera, se cambiaría por otro. Sin embargo, seguimos recurriendo a supuestas herramientas de lucha que nada consiguen ya. Y conviene poner cada cosa en su sitio: las manifestaciones contra la 2º Guerra de Irak, recordadas por su envergadura cuantitativa, no consiguieron que España no entrara en dicha guerra ni nos sacaron de ella. Solo junto a una serie de factores más consiguieron que cambiara el gobierno. Una serie de factores que, por cierto, nada tuvieron que ver con la voluntad ni la acción del pueblo (Prestige, 11M, Ángel Mientomásquehablo Acebes...).

El Imperio va un paso por delante, por lo que pudiera pasar. Y ha inventado la gran válvula de escape, el circo de la revolución, el parque de bolas de la protesta: las redes sociales. El Espectáculo no pierde oportunidad de mostrar Facebook y Twitter como promotores de toda clase de luchas espontáneas. Dime de qué presumes... La Primavera Árabe, sin ir más lejos. Si se intentara convocar cualquier tipo de acto en mi barrio (Murcia, España, Europa, supuesto Primer Mundo) por Internet, iríamos cuatro, con suerte. Me cuesta imaginar a los miles y miles de personas que ocuparon y ocupan la Plaza Tahrir con el smart phone en una mano y el ipad en la otra. Ya ni siquiera hay revolucionarios de salón. Ahora son revolucionarios de dormitorio, nerds del compartir, del #FF y del me gusta, onanistas de la revuelta.



La balanza actúa a todas horas, por todas partes. Observémosla actuar en relación a la policía. La policía no merece otra cosa que no sea un profundo desprecio. En el platillo de los horrores se acumulan toda clase de horrores, de ahí el nombre. Los actos de infamia policial se suceden sin dar respiro. Pero basta colocar en el otro platillo una foto de un grupo de antidisturbios alemanes sin los cascos para que el mundo entero se vuelva loco de alegría y se digan unos a otros: ¿Veis? la policía también es pueblo. Ni siendo verdad la foto de marras, la policía sería pueblo porque sirve a la Dominación en contra del pueblo, es parte esencial de la Dominación. (Lo que sigue abriría una nueva ruta para este texto pero conviene decirlo: la foto citada es un, hablemos claro, puto fake. Es mentira. Los perros recibieron la orden de quitarse los cascos y lo hicieron. Si, al momento, les hubieran dicho que se los pusieran de nuevo y cargaran, lo hubieran hecho también. Perros obedientes. Ya no es que la balanza esté trucada, es que nos venden piedrecillas en lugar de garbanzos.)

Se hace inevitable la siguiente pregunta ¿si se usa la balanza trucada del Capital como se desea que se use, se está consiguiendo algo aparte de reforzar al Imperio? En declaraciones a los medios de comunicación, Cándido Méndez, toda una vida al frente de la UGT, dijo, en una frase que parecía que le costaba acabar, temeroso de que una palabra sonara más fuerte que otra, y todas flojas, claro, que usarían cualquier medio que la Constitución pusiera a su alcance. Ah, la Constitución. Es decir: seguirían, junto a sus compinches de CCOO, echando en el lado de la balanza del pueblo cositas como los paros de quince minutos, las manifestaciones (tan buenas para reducir el colesterol con una buena caminata) y, si no les queda más remedio, una huelga general, una sola, aislada, suficiente para que todos creamos que hemos equilibrado la balanza, cargada hasta los topes de ataques mercantiles en el otro lado. Rajoy se mesa la barba y finge preocupación. Espera a recibir el azucarillo de sus jefes y, solo después, se fuma el puro de la tranquilidad.

Ante la balanza trucada nos quedan dos alternativas: sobrecargarla o dejar de usarla. Cómo sobrecargarla o dejar de usarla es ya otra cuestión que eludiré. Y no por falta de tiempo o por no querer ponerme pesado. Tampoco por falta de ideas. Lo hago porque no es necesario que nadie nos diga qué tenemos que hacer. Mal empezamos si nos ponemos delante de quien sea, sociólogo, sindicalista, político, tertuliano, economista, poeta y le preguntamos qué debemos hacer. Qué empeño en obedecer. Debemos ser cada uno de nosotros los que decidamos (1) si de verdad queremos cambiar las cosas, (2) si estamos dispuestos a asumir riesgos, esto ya es casi inevitable viendo a la policía atacar niños, ancianas y todo aquello que se mueva a su alrededor, y (3) cómo hacerlo.

Estamos tardando.

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