Algunos símbolos ocultan más de lo
que muestran. Es más, lo que muestran provoca incertidumbre y lo que
ocultan brilla de manera extraña cuando se descubre, con cierta aura
de, parece mentira, credibilidad. La Justicia, por ejemplo, con su
venda, su espada y su balanza.
La venda nos dice que es ciega, en el
sentido de no prejuzgar, de pasar a todos por el mismo rasero. Ya
podéis reír. Sin embargo, la ceguera que no nos enseña, y
que practica a diario, es hacia la realidad. A la Justicia le
importa un bledo lo justo, ella aplica la Ley ciegamente. Y la Ley,
debería saberse, sirve a los que la hacen y la ejecutan. Nos
muestran distintos uniformes pero los viste el mismo ente. El Juez
Dredd, personaje de tebeo, que es policía, juez y verdugo, tres en
uno, no es de ficción, está basado, escrupulosamente, en nuestro
día a día.
La espada de la justicia, por su parte,
es un símbolo que, aunque se debilite la argumentación en curso, no
tiene muchos dobleces. Es la fuerza con la que se hace cumplir la
justicia, el poder coercitivo del estado, la porra con la que se
abren cabezas de manifestantes, el consejo de ministros en el que se
pulverizan derechos adquiridos, la pistola láser del Juez Dredd, el
teléfono por el que los mercados dan órdenes a nuestro presidente.
Y qué decir de la balanza. Querrán
hacernos creer que es símbolo de ecuanimidad, de objetividad...
Podéis seguir riendo. La balanza es el símbolo del engaño, el
mafioso Cristopher Moltisanti, sobrino de Toni Soprano, alterando con
un dedo el peso final de la carne que está comprando para engañar
al tendero o el tendero del edificio sito en el número 13 de la Rue
del Percebe timando a diestro y siniestro. No existen balanzas
fiables. Dejad de buscar.
Una de las claves de la supervivencia
de la Dominación es una balanza trucada. Un timo del tres al cuarto
que, sin embargo, compensa cualquier barbaridad cometida por el
Imperio. A un lado, en el platillo del Poder, toda clase de abusos,
de un tamaño o de otro, sutiles o burdos, criminales siempre. Del
otro lado, digamos del lado del pueblo, con una minúscula digna, las
necesarias respuestas sociales: una manifestación por aquí,
una recogida de firmas por allá, puro folclore. La balanza está
trucada de tal manera que un gobierno liquida una serie de
derechos laborales a los funcionarios y solo un sindicato habla
claramente de huelga general. Un sindicato conservador y una huelga,
ya si eso, en septiembre, que ahora hace mucho calor. A un lado una
roca de una tonelada y al otro un granito inofensivo de arena. Pero,
¡abracadabra! la balanza se equilibra y todo sigue como si tal cosa.
También podríamos hablar de los parados, secuestrados en España
como si de la URSS se tratara. Dejémonos llevar por las
comparaciones, venga. Stalin con bigote, Rajoy con barba. Uno con la
Checa de su lado, otro con la amenaza de perder el subsidio si se
sale del país. Y los parados se conforman con pedirse el color rojo
para su marea. O de las familias de personas dependientes. O de los
jubilados. O de los chavales de instituto que acabarán llegando a un
futuro que será puro abismo, simple devastación.
La Dominación necesita de cierta
tensión social para funcionar de forma óptima. Inofensivas válvulas
de escape que dejen salir la rabia, frustración, etcétera sin que
nada resulte dañado. Es difícil decirlo mejor que un tertuliano del
programa Hora25 (Cadena SER, 13/07) que enmarcó las distintas
protestas realizadas desde los últimos recortes en un “contexto de
normalidad”. Claro que sí, es normal, normalísimo, tan
normal que todo sigue como si tal cosa. Si una pistola no disparara
balas, se arreglaría. Si un boli se secara, no se usaría para
escribir. Si un fusible se fundiera, se cambiaría por otro. Sin
embargo, seguimos recurriendo a supuestas herramientas de lucha que
nada consiguen ya. Y conviene poner cada cosa en su sitio: las
manifestaciones contra la 2º Guerra de Irak, recordadas por su
envergadura cuantitativa, no consiguieron que España no entrara en
dicha guerra ni nos sacaron de ella. Solo junto a una serie de
factores más consiguieron que cambiara el gobierno. Una serie de
factores que, por cierto, nada tuvieron que ver con la voluntad ni la
acción del pueblo (Prestige, 11M, Ángel Mientomásquehablo Acebes...).
El Imperio va un paso por delante, por
lo que pudiera pasar. Y ha inventado la gran válvula de escape, el
circo de la revolución, el parque de bolas de la protesta: las redes
sociales. El Espectáculo no pierde oportunidad de mostrar Facebook y
Twitter como promotores de toda clase de luchas espontáneas. Dime de
qué presumes... La Primavera Árabe, sin ir más lejos. Si se
intentara convocar cualquier tipo de acto en mi barrio (Murcia,
España, Europa, supuesto Primer Mundo) por Internet, iríamos
cuatro, con suerte. Me cuesta imaginar a los miles y miles de
personas que ocuparon y ocupan la Plaza Tahrir con el smart phone en
una mano y el ipad en la otra. Ya ni siquiera hay revolucionarios de
salón. Ahora son revolucionarios de dormitorio, nerds del compartir,
del #FF y del me gusta, onanistas de la
revuelta.
La balanza actúa a todas horas, por
todas partes. Observémosla actuar en relación a la policía. La
policía no merece otra cosa que no sea un profundo desprecio. En el
platillo de los horrores se acumulan toda clase de horrores, de ahí
el nombre. Los actos de infamia policial se suceden sin dar respiro.
Pero basta colocar en el otro platillo una foto de un grupo de
antidisturbios alemanes sin los cascos para que el mundo entero se
vuelva loco de alegría y se digan unos a otros: ¿Veis? la policía
también es pueblo. Ni siendo verdad la foto de marras, la policía
sería pueblo porque sirve a la Dominación en contra del pueblo, es
parte esencial de la Dominación. (Lo que sigue abriría una nueva
ruta para este texto pero conviene decirlo: la foto citada es un,
hablemos claro, puto fake. Es mentira. Los perros recibieron la orden
de quitarse los cascos y lo hicieron. Si, al momento, les hubieran
dicho que se los pusieran de nuevo y cargaran, lo hubieran hecho
también. Perros obedientes. Ya no es que la balanza esté trucada,
es que nos venden piedrecillas en lugar de garbanzos.)
Se hace inevitable la siguiente
pregunta ¿si se usa la balanza trucada del Capital como se desea que
se use, se está consiguiendo algo aparte de reforzar al Imperio? En
declaraciones a los medios de comunicación, Cándido Méndez, toda
una vida al frente de la UGT, dijo, en una frase que parecía que le
costaba acabar, temeroso de que una palabra sonara más fuerte que
otra, y todas flojas, claro, que usarían cualquier medio que la
Constitución pusiera a su alcance. Ah, la Constitución. Es decir: seguirían, junto a sus
compinches de CCOO, echando en el lado de la balanza del pueblo
cositas como los paros de quince minutos, las manifestaciones (tan
buenas para reducir el colesterol con una buena caminata) y, si no
les queda más remedio, una huelga general, una sola, aislada,
suficiente para que todos creamos que hemos equilibrado la balanza,
cargada hasta los topes de ataques mercantiles en el otro
lado. Rajoy se mesa la barba y finge preocupación. Espera a recibir
el azucarillo de sus jefes y, solo después, se fuma el puro de la
tranquilidad.
Ante la balanza trucada nos quedan dos
alternativas: sobrecargarla o dejar de usarla. Cómo sobrecargarla o
dejar de usarla es ya otra cuestión que eludiré. Y no por falta de
tiempo o por no querer ponerme pesado. Tampoco por falta de ideas. Lo
hago porque no es necesario que nadie nos diga qué tenemos que
hacer. Mal empezamos si nos ponemos delante de quien sea, sociólogo,
sindicalista, político, tertuliano, economista, poeta y le preguntamos
qué debemos hacer. Qué empeño en obedecer. Debemos ser cada uno de
nosotros los que decidamos (1) si de verdad queremos cambiar las
cosas, (2) si estamos dispuestos a asumir riesgos, esto ya es casi
inevitable viendo a la policía atacar niños, ancianas y todo
aquello que se mueva a su alrededor, y (3) cómo hacerlo.
Estamos tardando.
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