lunes, 10 de junio de 2013
No Fun
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elhombreamadecasa
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lunes, 15 de abril de 2013
Apuntes contra el Estado (III). Especial: Líderes.
El
concepto de líder merece su propia cuota de atención. Quizás llegue el día en
que una comitiva de alienígenas se presente en la Tierra y le pida al primer
humano con el que se encuentren que los lleve ante su líder. Y este humano
dirá: ¿Líder? No, no tenemos de eso. Pero hasta que ese momento llegue, quedan
mucho líderes que destronar. Al líder se le encuentra en todas partes: en el
hogar (aquí los pantalones los llevo yo), en la pandilla del colegio, en la
banda de música, en el trabajo, en el movimiento social, en la CEOE, en los
sindicatos, en los partidos, en las religiones (patético hasta la nausea todo
el espectáculo que ha rodeado la elección del nuevo Papa)... Su omnipresencia
ayuda a pensar en lo natural que resulta su existencia, lo espontáneamente que
un grupo de personas necesitan organizarse alrededor de un líder. Algunos
reparos:
* El líder exige delegación. Todo
aquello que se coloca en él, lo sacamos de nosotros. Le otorgamos parte de
nuestra humanidad. Él piensa por nosotros, decide por nosotros, nos señala el
camino, se esfuerza por nosotros... Así, no pensamos, asumimos decisiones en
las que no hemos participado, andamos caminos que no están en nuestros mapas
(reales o imaginarios), nos dejamos llevar por la molicie (según la acepción 1
del DRAE)... Nuestra humanidad se va difuminando. El líder, que quizás crea que
las leyes que regulan los vasos comunicantes es universal, no se convierte en más
humano. Simplemente se carga de falsa vanidad y de cualidades insustanciales.
* Al depositar parte de nuestra
humanidad en el líder, esperamos de él lo que deberíamos esperar de nosotras
mismas. Cada día que pasamos en manos de un líder es un día perdido en el
camino hacia la emancipación. El cuerpo y la mente, la conciencia y la
esperanza, la rabia y la técnica... todo depende de cuánto y cómo se practique.
Y hemos dejado de hacerlo para que el líder lo haga en nuestro nombre. Nuestra
presencia se apaga ante él. Tendremos que recuperar todo lo que le dimos al
líder cuando llegue el momento
* El líder no será más humano que
los liderados pero sí será portador de un poder mayor. Las relaciones con él
serán siempre desiguales, en cierto sentido inhumanas. Ese desequilibrio de
poder pudrirá, a mayor o menor velocidad, toda presencia de libertad. Por
tanto, cualquier persona que aspire a ser libre debe rechazar el liderazgo, se
encuentre en posición de líder o de liderado (mi libertad solo será completa
junto a la libertad de los demás).
* Hay un vínculo constante y
recíproco entre la relación del individuo consigo mismo y su relación con los
otros. Así se vea a sí mismo, así tratará a los demás. Así trate a los demás, y
se deje tratar por ellos, se tratará a sí mismo. Por lo tanto, alguien que se
deje guiar por otros, que asuma una posición de sumisión, más o menos grave,
más o menos consentida, se está infravalorando.
* La existencia de líderes es
estratégicamente útil a la dominación. Es cierto que lleva años empeñada en
ejercer un control total y minucioso pero hasta el más glotón de los glotones
tiene su plato favorito. El líder se significa, se destaca del resto y se
coloca una diana en el pecho. Señalado, será más fácil que la dominación se
ocupe de él. Y tiene tantas formas de hacerlo: desacreditación,
criminalización, soborno, desaparición, asesinato...
* La existencia de líderes es
estratégicamente inútil para los dominados. La fuerza de la comunidad (que deja
de serlo en cuanto delega permanentemente en una persona), la fuerza de
cientos, miles, queda a expensas de la de uno. Si el líder no lo hace, no se
hace. Si el líder no lo piensa, no se piensa. Si el líder no lo ve bien, no se
ve. Si el líder desaparece, la fuerza de tantos de desvanece como una cerilla
consumida. Puede resultar extraño pero la frase hecha nos es de utilidad: Todos
necesarios, nadie imprescindible.
* La crítica al líder debe
diferenciarse del aprovechamiento de las habilidades de cada cual. De nuevo la
frase hecha: A cada cual según sus posibilidades. Ahora bien, no debemos llevar
esto hasta los aniquiladores territorios de la especialización. Los cables que
los corte fulanito que hizo un curso de electricidad pero que alguien más vaya
aprendiendo no vaya a ser que algún día fulanito no pueda ir.
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elhombreamadecasa
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miércoles, 3 de abril de 2013
Bando policial
Algunas comparaciones pueden resultar odiosas cuando no ofensivas. Si la que sigue lo es, lo será en contra de mi intención.
La plataforma que pide el soterramiento de las vías del tren a su paso por Murcia lleva años luchando. Aunque desde el anuncio de la llegada del AVE, la pelea se ha endurecido. Todos los martes cortan las vías. La imagen del barrio partido en dos por el engendro de la alta velocidad los anima y los moviliza. Basta con ponerse un segundo en su situación para entenderlos.
Ayer volvieron a las vías y eso que era el día de LA fiesta de Murcia. O precisamente por ello. Para los que no lo sepan, ayer se celebró en Murcia el Bando de la Huerta, que consiste en salir a la calle, comer, emborracharse y cosas así. Algunos datos: 85 toneladas de basura recogidas, unas 550.000 personas por la ciudad, 97 atendidos por intoxicación etílica. Que no se entienda esto como una crítica a la fiesta. ¿Quién no se ha vestido alguna vez de huertano y ha terminado piripi perdido y con las esparteñas empapadas de los orines que recorren las calles? El caso es que era el día perfecto para que la dominación actuara, en este caso en forma de dualidad fascista delegado del gobierno - policía nacional.
Tres personas de la plataforma fueron detenidas. Y ya se sabe que la policía no detiene amablemente. La policía pega y la muñeca rota de una de las detenidas lo demuestra. Otro de los detenidos contó cómo le pegaron dentro de la furgona. El tercero ha dicho hoy en la radio que casi se desmaya por la presión de la llave con la que lo inmovilizaron. Claro que luego están los pobres policías lesionados. Pobres tipos, tantas horas de gimnasio, tanto entrenamiento demente y tanto equipo de protección para que luego unos vecinos sin su preparación ni experiencia les dejen heridos y fuera de combate. ¿Qué será de ellos el día en que el pueblo se organice? Esta mañana, el SUP, ese sindicato repugnante, se quejaba de las órdenes de sus superiores al tiempo que lamentaba las heridas de sus compañeros. Pero no es este el tema, al menos en este post.
Los llamamientos a acudir a comisaría vía facebook y SMS funcionaron y un puñado considerable de gente nos reunimos en las puertas de la comisaría en las que supuestamente estaban detenidos. Y supuestamente lo escribo porque durante mucho tiempo no hubo forma de saber dónde estaban, si en esa comisaría, si en la de la calle Ceballos, si en el hospital. Durante algunas horas no pudimos saber dónde estaban, es decir, estuvieron desaparecidos. Imaginad que son vuestra novia, vuestro hijo, vuestro marido.
Media una inmensa distancia entre lo que se acaba de relatar y los casos de las desapariciones permanentes tan queridos por las dictaduras. Pero lo que subyace en ambos casos es lo mismo: el Estado se cree dueño y señor de nuestros cuerpos, de nuestras vidas, de la angustia del detenido y de la del familiar que no sabe dónde está. Y lo demuestra sustrayendo a la persona de la realidad, encerrándola en el limbo de lo desconocido. Nadie sabe, nadie responde. La angustia queda suspendida en el tiempo y se hace eterna, tal y como el Estado se imagina su poder.
El Estado se limita a modular su forma de actuar, viste un ropaje u otro según se haga pasar por dictadura a secas o por dictadura parlamentaria pero no deja de ser lo que es. No olvidemos que nuestra democracia ya sabe lo que es torturar, asesinar e intentar que los cuerpos desaparezcan en cal viva.
La plataforma que pide el soterramiento de las vías del tren a su paso por Murcia lleva años luchando. Aunque desde el anuncio de la llegada del AVE, la pelea se ha endurecido. Todos los martes cortan las vías. La imagen del barrio partido en dos por el engendro de la alta velocidad los anima y los moviliza. Basta con ponerse un segundo en su situación para entenderlos.
Ayer volvieron a las vías y eso que era el día de LA fiesta de Murcia. O precisamente por ello. Para los que no lo sepan, ayer se celebró en Murcia el Bando de la Huerta, que consiste en salir a la calle, comer, emborracharse y cosas así. Algunos datos: 85 toneladas de basura recogidas, unas 550.000 personas por la ciudad, 97 atendidos por intoxicación etílica. Que no se entienda esto como una crítica a la fiesta. ¿Quién no se ha vestido alguna vez de huertano y ha terminado piripi perdido y con las esparteñas empapadas de los orines que recorren las calles? El caso es que era el día perfecto para que la dominación actuara, en este caso en forma de dualidad fascista delegado del gobierno - policía nacional.
Tres personas de la plataforma fueron detenidas. Y ya se sabe que la policía no detiene amablemente. La policía pega y la muñeca rota de una de las detenidas lo demuestra. Otro de los detenidos contó cómo le pegaron dentro de la furgona. El tercero ha dicho hoy en la radio que casi se desmaya por la presión de la llave con la que lo inmovilizaron. Claro que luego están los pobres policías lesionados. Pobres tipos, tantas horas de gimnasio, tanto entrenamiento demente y tanto equipo de protección para que luego unos vecinos sin su preparación ni experiencia les dejen heridos y fuera de combate. ¿Qué será de ellos el día en que el pueblo se organice? Esta mañana, el SUP, ese sindicato repugnante, se quejaba de las órdenes de sus superiores al tiempo que lamentaba las heridas de sus compañeros. Pero no es este el tema, al menos en este post.
Los llamamientos a acudir a comisaría vía facebook y SMS funcionaron y un puñado considerable de gente nos reunimos en las puertas de la comisaría en las que supuestamente estaban detenidos. Y supuestamente lo escribo porque durante mucho tiempo no hubo forma de saber dónde estaban, si en esa comisaría, si en la de la calle Ceballos, si en el hospital. Durante algunas horas no pudimos saber dónde estaban, es decir, estuvieron desaparecidos. Imaginad que son vuestra novia, vuestro hijo, vuestro marido.
Media una inmensa distancia entre lo que se acaba de relatar y los casos de las desapariciones permanentes tan queridos por las dictaduras. Pero lo que subyace en ambos casos es lo mismo: el Estado se cree dueño y señor de nuestros cuerpos, de nuestras vidas, de la angustia del detenido y de la del familiar que no sabe dónde está. Y lo demuestra sustrayendo a la persona de la realidad, encerrándola en el limbo de lo desconocido. Nadie sabe, nadie responde. La angustia queda suspendida en el tiempo y se hace eterna, tal y como el Estado se imagina su poder.
El Estado se limita a modular su forma de actuar, viste un ropaje u otro según se haga pasar por dictadura a secas o por dictadura parlamentaria pero no deja de ser lo que es. No olvidemos que nuestra democracia ya sabe lo que es torturar, asesinar e intentar que los cuerpos desaparezcan en cal viva.
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miércoles, 27 de marzo de 2013
Marx hoy. Tercera parte: Metamorfos
(Las imágenes que acompañan al texto son de la ilustradora Rosa Tortosa, podéis ver más en su blog: decalcomaniasycalcos)
Marx llega a afirmar que todas las relaciones de servidumbre
surgen de la servidumbre en el trabajo y que la emancipación de la sociedad
debe expresarse «en la forma política de la emancipación de los trabajadores». Y
ahora es cuando toca hacerse preguntas. ¿No es esto colaborar con el discurso
de la dominación? ¿La enajenación de la persona en el trabajo y su
identificación plena como trabajador debe ser el punto de partida o debe ser
simple y llanamente negada? ¿De verdad somos solo trabajadores, hemos perdido
toda la esencia humana que nos era propia? ¿Liquidado el trabajo enajenado y
enajenador, estaremos efectivamente emancipados? ¿Hay alguien ahí?
Para Marx, el hombre interesaba al capital solo en su
condición de trabajador y a esa condición, pues, lo reducía. «No lo considera
en sus momentos de descanso como hombre». El resto de aspectos de su
vida eran colocados en dispositivos de control y represión: médicos, jueces,
policía, curas... Pero si en 1848 el tiempo de ocio y descanso era dejado de lado
por la dominación o solo controlado / reprimido, desde que acabara la Segunda
Guerra Mundial, el ocio pasó a ser objetivo prioritario de la dominación, como
campo de explotación económica y como campo de manipulación y sumisión. El
tiempo libre del trabajador se abrió como una tierra virgen dispuesta a ser conquistada
por el Imperio. Bien aprovechado, el ocio podía suponer la reintegración a los
explotadores de los escuálidos salarios que destinaban a sus
trabajadores. Además, era un tiempo ideal para llevar a cabo nuevos ajustes en
la dominación. Mejor que empleemos el tiempo libre en un centro comercial que
en una biblioteca, mejor que vayamos de compras a que follemos a lo loco, mejor
que comamos en un restaurante de productos ecológicos y con denominación de
origen a que nos emborrachemos con vino barato y nos coloquemos con cualquier
droga ilegal. La Internacional Situacionista, que leyó mucho y bien al joven
Marx, fue la responsable de descubrir la colonización de nuestro tiempo libre
(y de lanzar el mayor desafío al que se ha enfrentado la dominación hasta
ahora: No trabajes jamás). Y tanto lo fue que seguimos trabajando para la
dominación durante nuestro tiempo de ocio también llamado, ay, tiempo libre. La
aportación situacionista amplifica el debate y lo deja en disposición de
profundizar en busca de nuevos resquicios.
Como las personas interesan en tanto en cuanto trabajadores,
los que no lo son, no interesan. «En consecuencia, la Economía Política no
conoce al trabajador parado, al hombre de trabajo, en la medida en la que se
encuentra fuera de esa relación laboral. El pícaro, el sinvergüenza, el
pordiosero, el parado, el hombre de trabajo hambriento, miserable y delincuente
son figuras que no existen para ella, sino solamente para otros ojos: para los
ojos del médico, del juez, del sepulturero, del alguacil de pobres, etc; son
fantasmas que quedan fuera de su reino...». Pero, como afirma la
Sociedad para el Avance de la Ciencia Criminal (SASC) ya no se domina por
exclusión sino por inclusión. Lo que no se introduce en la dominación como
norma, se introduce como lo opuesto, como lo que no se debe ser. El pícaro, el
sinvergüenza, el pordiosero, el parado, el hombre de trabajo hambriento,
miserable y delincuente sí existen y se
muestran sin cesar porque son útiles para la dominación. Su utilidad pasa por
hacerlos visibles de forma permanente. Antes se colgaba en público al
delincuente, ahora convertimos los números del paro en rostros, humanizamos las
estadísticas, para así conocer aquellas personas a las que no nos queremos
parecer. Reinvéntate todas las veces que haga falta, busca trabajo activamente,
no seas nunca como el desahuciado, como el parado, como el ladrón de cobre.
Somos parte de la naturaleza y en ese ser somos alma
y somos cuerpo. El cuerpo no puede ser visto como un simple recipiente de
almas, un cascarón hueco (aunque sea eso lo que pretenda la dominación). Nuestra
esencia no es solo el alma, lo es también el cuerpo. El cuerpo con sus
magníficas limitaciones, sus destilados fluidos, con sus reveladores dolores y
sus impulsos irrefrenables. Cuerpo en busca de alma como compañera de baile. Cuerpo
que se resiste a ser sometido, que guarda el recuerdo primitivo de la libertad
sin límites, que no acaba de agachar la cabeza y al que siempre le quedan
dientes que apretar. Cabría, entonces, plantearse si la sensación de ausencia
de nosotros mismos es una ausencia que sentimos en el cuerpo o una ausencia que
siente el cuerpo. Podría ser tanto una experiencia corporal como la experiencia
de los restos de conciencia, de alma, que no han conseguido robarnos. Y si
damos por hecho que nos han robado el ama, ¿por qué habrían de respetar
nuestros cuerpos?
Es para esto que existe el biopoder. «Tal es la política por
venir de la dominación, la biopolítica: una política que gestiona los cuerpos
como continentes de almas. Se trata de hacer que nos reduzcamos a
aquello por lo que el poder nos sujeta. ¿Y qué hay más necesario, más
inmediato, qué hay más inalienable que nuestro cuerpo?» (Hombres-máquina: modo de empleo, Tiqqun).
Nos arrebatan lo que tenemos de enajenable, nos colonizan lo que no. De entre
todas las figuras que se encargaban de nuestro tiempo libre, o de los
no-trabajadores, se alza el médico como nuevo y radiante empleado del mes
de la dominación. El médico señala por doquier lo opuesto a la norma, enfermos
en los que ver el reflejo indeseable, y hace que nos ocupemos tanto de nuestra
salud, siempre con instrucciones dentro del estado actual de cosas, que no
tendremos tiempo para ocuparnos de nada más. Podemos hacer planes para
emanciparnos de dios, del patrón, del padre pero ¿quién puede independizarse
del médico? El vínculo aspira a ser eterno (Tiqqun, de nuevo).
La dominación tiene una tarea ardua e interminable. Cuando
cree que lo controla todo surgen nuevos problemas, dimensiones escurridizas de
la esencia humana. La persona enajenada en la mercancía, manipulada en el
tiempo libre, utilizada como ejemplo patológico... acaba convertida en un
cuerpo hueco, vacío de presencia. Pero está por ver que la biopolítica pueda
cumplir su misión. La idea de la persona enajenada en trabajador desarrollada
por Marx fue ampliada en el espectador de Guy Debord y ahora se
transmuta en el Bloom (Teoría del Bloom, Tiqqun).
Bloom es un individuo anónimo, vacío. Y
en su vacío está la clave porque de ahí puede oscilar a la completa sumisión o
a toda clase de rebeliones. El Bloom puede fluir sin ruido entre los
dispositivos de la dominación, sea el dispositivo trabajo o el dispositivo
ocio, sea el dispositivo universidad o el dispositivo médico de cabecera. Y en
ese fluir silencioso se vislumbran grietas, puntos de fuga, la posibilidad de
convertirnos en una máquina de guerra: «Si lo pensamos con atención,
comprenderemos que el objetivo de la biopolítica nunca ha sido otro: garantizar
que jamás lleguen a constituirse mundos, técnicas, relatos compartidos o magias
por cuyo medio la crisis de la presencia pueda superarse o asumirse, transformarse
en centro de energía, en máquina de guerra» (Hombres-máquina: modo de empleo). Una máquina con alma,
radicalmente distinta a la máquina servil y trabajadora que denunciaba Marx,
máquina con voluntad, con conciencia, con criterios estéticos, con un cuerpo al
que hacer gozar, dispuesta a liquidar todo aquello que la esclavizó. Romper las
fronteras entre dispositivos, saltar de presencia en presencia, multiplicarnos,
esquizofrénicos poderosos...
No hay razón alguna para seguir las normas. Ni para respetar
el lenguaje o las herramientas de la dominación. Bien pensado, nada nos impide
apropiarnos del discurso médico, darle la vuelta y dirigirlo contra el
biopoder. Una vez que la célula se define siguiendo los dictados genéticos, se
ocupa de su función (dar lugar a un pelo, por ejemplo) y se dispone a morir.
Esa célula, con un par de retoques cromosómicos, puede ser reprogramada y
volver a un estado primordial y, por tanto, pluripotencial, lista para
convertirse en neurona, en músculo liso o en hepatocito. Si eso se puede hacer
con una célula, ¿qué nos impide a nosotros, hechos de millones de ellas,
reclamar la capacidad de ser lo que no dé la gana? Por mucho que nos enajenen,
que nos bio-sometan, no podrán borrar de nuestros cuerpos y almas «el empuje
revolucionario que arroja a la cara del adversario la insolente expresión: No
soy nada pero debo serlo todo» (Marx,Introducción para la crítica de la filosofía del derecho de Hegel)
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martes, 26 de marzo de 2013
Marx hoy. Segunda parte: Dominación caníbal
(Viene del post anterior. Las citas de las que no se diga lo contrario corresponden a Manuscritos: Economía y filosofía, de Karl Marx.)
La enajenación de la persona / trabajador no sólo tiene
efectos inmediatos en lo que a la producción se refiere. No basta con
convertimos en parte de la oferta y la demanda, herramientas que hay que
atender sólo para que no dejen de funcionar y cuya tasa de renovación no hay
que perder de vista. La enajenación ofrece interesantísimas ventajas desde el
punto de vista de la dominación (para evitar confusiones: lo que sigue en este
párrafo es una reflexión mía, todo lo mía que puede ser una reflexión hecha al
tiempo que leía un texto de Tiqqun que en buena parte estaba inspirado en Foucault
y el biopoder que a su vez...). No hay arma de guerra más poderosa que la
persona, entiéndase de forma metafórica o literal, según el ánimo de cada cual.
La dominación exige el monopolio de la violencia. Mientras hace todo lo posible
por acaparar las justificaciones morales para su uso, se asegura de poseer la casi
totalidad de armas. La revolución solo puede contar con nuestros cuerpos y
nuestras almas (voluntad, presencia, poder...). Sin embargo, y para
nuestra desgracia, operada la enajenación, esto es, la separación de cuerpo y
alma, perdemos casi todo nuestro potencial. Ya no somos capaces de luchar, de
tomar lo que nos pertenece, apenas llegamos a acordarnos si hoy hemos tomado el
antidepresivo o no, a arrastrarnos de la cama al lavabo, del lavabo al coche,
del coche al lugar de trabajo o la oficina del INEM... Y siempre con la
escondida certeza de que la vida no es lo que estamos viviendo. Por eso, el
camino hacia el mundo nuevo se irá haciendo a base de reparaciones, de unir lo
que se ha separado, nuestros cuerpos y nuestras conciencias, los humanos y los
humanos, los humanos y la naturaleza.
Para que la sumisión fluya sin problemas, para que aceptemos
gustosos el hachazo que nos separa cuerpo y conciencia, debemos ser nosotros
quienes lo busquemos voluntariamente, quienes ofrezcamos nuestro costillar al
frío acero de la dominación. El proceso es relativamente simple, al menos a la
hora de formularlo. Primero se elaboran unos argumentos sencillos, iluminados
por ideas fuerzas, por eslóganes fáciles de retener: realización en el trabajo,
capital humano... Luego se lanzan a la población de forma amable y constructiva
de tal forma que los hagamos nuestros. Por último, se abre una cuenta en Suiza
para llenarla del dinero obtenido de la mercancía robada.
Veamos la idea de que el trabajo realiza. El colmo
de la felicidad es encontrar un trabajo que nos realice, que nos permita hacer
real nuestra condición de humanos. A veces, no queda más remedio que admirar la
efectividad de la dominación. Sin embargo, no hay realización posible. El
trabajo nos enajena, nos saca de nosotros mismos, y nos entrega a poderes
extraños y hostiles. Por lo tanto, cuanto más trabajemos, más enajenados
estaremos, más desrealizados, menos humanos.
«La enajenación del trabajador en su objeto se expresa, según las leyes económicas, de la siguiente forma: cuanto más produce el trabajador, tanto menos ha de consumir; cuanto más valores crea, tanto más sin valor, tanto más indigno es él; cuanto más elaborado su producto, tanto más deforme el trabajador; cuanto más civilizado su objeto, tanto más bárbaro el trabajador; cuanto más rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto más desespiritualizado y ligado a la naturaleza queda el trabajador».
La crisis puede verse como un accidente, algo que nos ha
caído encima como una montaña que se desploma sin que nadie haya podido
preverlo, o, como dirían los de Tiqqun, como una posibilidad incluida en los
distintos dispositivos que nos dominan. Efectivamente, la crisis es un momento
de oportunidad (tanto como una forma de gobernar). Pero no para que nos reinventemos y salgamos adelante. No. Es
una oportunidad, provocada, para que la dominación nos desgaje más todavía, nos
abra, un poco más, en canal, y nos hunda en el pozo sin fondo de la sumisión.
La crisis se traduce en paro, el paro en desesperación, la desesperación en la
necesidad imperiosa de conseguir trabajo, esa necesidad imperiosa en la
asunción de todos los argumentos de la dominación en relación al trabajo, es
decir, en nuestra identificación con mercancías, con cosas que se ponen y
quitan, que se compran y venden, siempre al mejor postor. «Tan pronto, pues,
como al capital se le ocurre -ocurrencia arbitraria o necesaria- dejar de
existir para el trabajador, deja éste de existir para sí: no tiene ningún trabajo,
por tanto, ningún salario, y dado que él no tiene existencia como hombre, sino
como trabajador, puede hacerse sepultar, dejarse morir de hambre, etc». Nuestra
esencia ha sido depositada en el trabajo de tal forma que cuando nos lo
arrebatan ya no sabemos qué somos. No solo perdemos la casa o la forma de
cuidar y alimentar a los nuestros, perdemos lo que habíamos considerado nuestra
esencia. Ahí están los suicidios para confirmar esta situación intolerable.
La crisis es la oportunidad creada por la dominación para
aclararnos que no debemos aspirar a ser más que simples piezas de sus máquinas
productoras de beneficios. El abismo del paro se nos pone delante para
recordarnos que vivimos solo porque somos necesarios para el capital.
Hay que trabajar, por cuenta propia o ajena, ya no importa. ¿Cómo
valorarías del 0 al 10 la siguiente afirmación: el trabajo es lo más importante
de la vida? pregunta la orientadora laboral de la fundación de un sindicato
mayoritario. Debemos seguir formándonos para convertirnos en una mercancía
atractiva para el explotador. Y corremos gustosos a hacerlo, esclavos ansiosos
de amo. «El trabajador tiene, sin embargo, la desgracia de ser un capital
viviente y, por tanto, menesteroso, que en el momento en que no trabaja pierde
sus intereses y con ello su existencia, su vida». Resulta que no podemos
vivir sin trabajar. Nos azuzan la fiera del paro y corremos como gallinas
aterradas para huir de ella. Gallinas que buscan que la zorra les proteja.
Y la zorra acepta protegernos del lobo del paro pero a
cambio de comerse uno de nuestras pechugas. El canibalismo del explotador se
formula en términos económicos. Se reduce la oferta de trabajo por lo que su
demanda se dispara. La mercancía trabajador debe mostrarse lustrosa, llena de
conocimientos y sumisiones (envíeme usted a Finlandia si hace falta, pero déme
trabajo, aunque sea un minijob, no me importa ser un minihumano), despojada de
toda veleidad en cuestión de derechos. Teniendo una demanda inmensa de empleo,
el explotador aprieta las tuercas de la mercancía humana, reduce salarios,
elimina derechos. ¿Hace falta ilustrar esto último con ejemplos actuales? Y,
mientras la zorra nos mastica la pechuga, debemos dar gracias, llorar por un
ojo, no por el dolor de ser devorados, sino por la suerte de ser devorados. Marx
cita al economista suizo Wilhem Schulz: «[los trabajadores] tienen que
considerar como una suerte la desgracia de haber encontrado tal trabajo».
Rabiosa actualidad la de esta cita porque ahora se escucha una y otra vez eso
de "y da gracias que tienes trabajo" (aunque sea una mierda, aunque
te exploten descaradamente, aunque te consuma la vida).
Marx no ahorra calificativos en contra del trabajo: «Que el
trabajo mismo, digo, es nocivo y funesto» o «Su carácter extraño se evidencia
claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o
de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste». Propone su
reducción al mínimo: «una jornada media de cinco horas [cálculo hecho en la
Francia de mediados del siglo XIX y sus correspondientes avances tecnológicos,
que ahora nos pueden parecer ridículos] para todos los capaces de trabajar
bastaría a la satisfacción de todos los intereses materiales de la sociedad...».
Cinco horas pero de un trabajo libre, que sí nos realice: «El objeto de trabajo
es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se
desdobla no sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y
realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él».
El trabajo, situado en el centro de la dominación, debe ser
liquidado o, en el peor de los casos, cambiado radicalmente. No basta con
pequeñas reclamaciones ni con reformas que no vayan al meollo de la cuestión.
¿Qué porcentaje de la actividad sindical actual queda deslegitimada en la
siguiente afirmación: «Un alza forzada de los salarios [...] no sería, por
tanto, más que una mejor remuneración de los esclavos, y no conquistaría, ni
para el trabajador, ni para el trabajo su vocación y su dignidad humanas»? Los
sindicatos no necesitan ya a nadie para hundirse en la miseria, se apañan muy
bien ellos solitos, pero ya no es que su acción sea inútil es que incluso
cuando hablan de sus éxitos es más que probable que de lo que hablen sea de su exitosa colaboración en el mantenimiento de la dominación. Lo que debe ser barrido de la
faz de la tierra, del interior de nuestras cabezas, para siempre jamás es «el
derecho, aún generalmente reconocido, a una explotación incondicionada de los
pobres por los ricos» (Marx cita de nuevo al economista suizo Wilhem Schulz).
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sábado, 23 de marzo de 2013
Marx hoy. Primera parte: Mercancía humana
Tengo un amigo que trabaja en el CSIC, es filósofo. Lo vi
hace poco, en una mani, of course, los nuevos centros móviles de ocio, y
me contó que están organizando en Madrid un seminario sobre leer a Marx en el
momento actual. Me muero de la envidia. Marx es un autor al que se le conoce,
se le valora y se le cita habitualmente a partir de fuentes secundarios, de
otros autores. Hace tiempo decidí acudir a las fuentes primarias y leerlo
directamente. He optado por el joven Marx, bastante más chispeante que el Marx
clásico. (Anda que no se nota que los amigos de la Internacional Situacionista
lo leyeron y adoptaron muchos de sus recursos literarios, yo estoy en ello).
Por todo eso me dio tanta envidia lo del seminario sobre Marx. Para consolarme,
me animo a escribir lo que sigue.
Marx está en esa categoría de autores que tanto (o más) como
lo que expone, interesa que sea ÉL quien lo exponga. Sus afirmaciones se
entremezclan con su figura de tal forma que la idea es válida (o no) por estar
dicha por ÉL. La idea es calificada sólo en función de quién la firma, sin
necesidad de analizarla o criticarla. Me mola Marx, por lo que me mola
todo lo que dice. Para que esta relación pueda ser siempre verdadera se exige
forzar la interpretación de sus textos (o, si es necesario, obviarlos). Téngase
en cuenta que en el caso de Marx la cosa va más allá de la simpatía o antipatía
personal. Todo un tipo de Estado y Partido se construyó con el marxismo como
excusa ideológica. No se podía permitir que el capitalismo de Estado se
tambaleara por ideas mal entendidas de Marx. Así lo explica Daniel Guérin (en Marxismo y socialismo libertario):
«En cambio otros autores -de los cuales emana un tufillo stalinista- el “humanismo” de Marx sería mercancía adulterada. Sostienen que Marx habría renegado muy pronto de sus “errores” juveniles y que las obras de su madurez “no necesitan ser comentadas en relación con su evolución anterior”. El Marx de los años mozos no “veía con claridad dentro de sí mismo”, su pensamiento era todavía “indeciso” y “anticientífico”. Es verdad que ya se llamaba Marx, pero apenas estaba “en el camino del marxismo”».
De esta manera, no es ya que la figura del autor se imponga
a su obra, es que tanto uno como otra deben ser vistos a partir de la
interpretación correcta que sólo los marxistas de pura cepa están en
disposición de hacer. Lo que dice Marx no es lo que dice Marx, es lo que ellos
dicen que dice Marx.
En el primer manuscrito de Manuscritos: Economía y
Filosofía, Marx establece, denuncia, una asimilación de las personas
que trabajan, o mejor: que deben trabajar, con la identidad de trabajador:
«Se comprende fácilmente que en la Economía Política, el proletariado, es decir, aquel que, desprovisto de capital y de rentas de la tierra, vive sólo de su trabajo, de un trabajo unilateral y abstracto, es considerado únicamente como obrero».
En el caso del trabajador todo lo que se diga de él en tanto
en cuanto trabajador, será válido de él en tanto en cuanto persona. Una terrible
sustitución de términos.
La naturaleza, de la que formamos parte, es «el cuerpo
inorgánico de las personas». Dependemos de ella, la reclamamos, para que nos
proporcione los medios necesarios para subsistir. De la misma manera, la
necesitamos como «materia, objeto e instrumento de nuestra actividad»(*). Es esta actividad una
pieza clave en nuestra diferencia con los animales porque las personas hacemos
de ella el objeto de nuestra «voluntad y conciencia». Sabemos lo que
hacemos y para qué lo hacemos. Construimos lo que nos es preciso y aquello que
deseamos. Producimos, creamos, en función de criterios que van más allá de la
supervivencia, nos dejamos guiar por «criterios estéticos», por la «belleza».
Pero donde el conejo construye una madriguera que pasa a ser
su posesión, una extensión de sí mismo, el lugar donde descansar y protegerse,
las personas trabajamos produciendo cosas que nos son arrebatadas. El obrero
que teje lana (imagen de la Inglaterra de mediados del siglo XIX, actualizada
en la mujer, o niño, que pasa media vida encerrada en una maquila), es
desposeído de su creación, el jersey se convierte en una mercancía que se le
arrebata y se pone fuera de su alcance. Horas al día tejiendo para después
tener que vestirse con harapos y pasar frío. El vínculo con la naturaleza, con
nuestra conciencia y voluntad se ha roto. Nos lo han roto.
La persona aspira a que su creación sea el reflejo de sí
misma, pone una parte de lo que es en el objeto. Objeto que, una vez hecho, le es arrebatado
produciéndose la enajenación del trabajador en la mercancía. No es, ni somos,
libre en su relación con el trabajo: debe someterse a él (para ganar el
sustento) y debe trabajar según lo que le ordenen: cómo, cuánto, dónde. «El trabajo es vida
y si la vida no se entrega cada día a
cambio de alimentos, sufre y no tarda en perecer. Para que la vida del hombre
sea una mercancía hay que admitir, pues, la esclavitud» (**) . El trabajador se enajena en el trabajo, pierde lo
que produce y hasta se pierde a sí mismo. La pérdida es tan esencial que
afecta a su vida por completo: «El trabajo enajenado por tanto [...] hace
extraños al hombre su propio cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia
espiritual, su esencia humana». Al perder nuestra esencia (en la oficina, en
la cadena de montaje, en el mostrador de la tienda...), el «ser genérico del
hombre», nos convertimos en extraños a nosotros mismos, vamos a todas partes
con la inquietante sensación de albergar dentro de nosotros a un extraño (o a
un vacío amorfo que nos desorienta continuamente el centro de gravedad por lo
que nos es tan difícil erguirnos).
Siglos de enajenación pueden haber convertido a la presencia
de ese extraño en una infelicidad difusa, a veces depresión, a veces ansiedad,
casi siempre medicada. Si somos extraños para nosotros mismos, si nuestra
auto-relación se ha vuelto imposible, peor le va a nuestra relación con los
demás. Perdida la esencia, es imposible establecer relaciones humanas con
quienes nos rodean, sean los capitalistas que nos roban lo que hemos producido
o sean compañeros de trabajo. Estas relaciones estarán, por tanto, igualmente
enajenadas. Por eso es tan complicado establecer la oportuna enemistad que
merece el explotador o el cariño y solidaridad que merece el compañero.
La persona, en un cruel efecto reflexivo, ha quedado
reducida a una mercancía más. Y como tal mercancía está sujeta a las leyes que
la rigen: «Los grandes talleres compran preferentemente el trabajo de mujeres
y niños porque éste cuesta menos que el de los hombres» (como bien saben
Nike o Inditex).
Hasta aquí se ha hecho un resumen del razonamiento del
jovencito Marx y, como todo resumen, puede parecer parcial o incompleto. En
todo caso, él mismo afirma: «Con la misma Economía Política, con sus mismas
palabras, hemos demostrado que el trabajador queda rebajado a mercancía, a la
más miserable de todas las mercancías...». La cuestión puede matizarse, y se hará, pero es tan evidente que cuando alguien nos pregunta qué somos, espera que le respondamos en qué trabajamos (o en tiempos de crisis, qué hemos estudiado para poder trabajar).
* * *
Y en el próximo capítulo:
No hay arma de guerra más poderosa que la persona,
entiéndase de forma metafórica o literal, según el ánimo de cada cual.
«La desvalorización del mundo humano crece en razón directa
de la valorización del mundo de las cosas».
Tenemos que «considerar como una suerte la desgracia de
haber encontrado tal trabajo».
(*) No debería desprenderse de esa afirmación de Marx la idea de que la naturaleza está a nuestro servicio. Él mismo afirma que el «el hombre es una parte de la naturaleza». Y en el tercer manuscrito: «La sociedad es, pues, la plena unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo realizado del hombre y el realizado humanismo de la naturaleza»
(**) La traducción de los manuscritos, llenos de citas y notas sin desarrollar, se hace tan compleja que hay frases que no quedan claro, al menos para mí, si son de Marx o si son citas. Esta en concreto va acompañada de la siguiente aclaración entre paréntesis: «pags, 49-50 l.c.».
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elhombreamadecasa
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lunes, 18 de marzo de 2013
Apuntes contra el Estado (II)
(Ver la aclaración previa en el post anterior.)
Hablar
de las élites que nos dominan no es adentrarse en el increíble mundo de
las conspiraciones, que más quisieran ellos. Mills, por ejemplo, afirma en El
poder de la élite (1959) que Estados Unidos está gobernado por una élite
constituida por los personajes más influyentes del mundo empresarial, del
gobierno y de las fuerzas armadas. El poder real vuelve a reírse de la idea de
democracia. Al tiempo que hay una representación pública del poder
(elecciones, gobiernos que cambian, votaciones en el congreso, blablabla) hay
un uso secreto del poder (posible gracias al primero, al representado).
Al ser un poder secreto, sus dueños no son responsables ante el pueblo, lo
ejercen, por tanto, de manera irresponsable. Hacen lo que les viene en gana sin
responder ante nadie.
El
Estado se arroga el monopolio de la violencia. Ese monopolio pretende
tener una doble vertiente: moral y material. Moral: solo el Estado puede
ejercer la violencia de forma justificada, si lo hace será por algo. Material:
las armas las tiene el Estado, no el pueblo. Aparecen al menos dos razones que
justifican esto. La primera es que al ser el dueño exclusivo de la violencia se
asegura que no queden cabos sueltos. Donde no llegue manipulándonos, llegará
aporreándonos. La segunda es que nos priva de la posibilidad del uso de la
violencia contra el Estado. Es decir, se protege a sí mismo. El debate sobre
los medios posibles para conseguir el fin de liquidar el Estado queda así
mutilado, limitado a lo teórico. Una cosa es desechar la violencia porque no
nos convenza como opción y otra es tener que renunciar de entrada a usarla
porque toda ella pertenece al Estado. (Rodrigo Mora: "[la violencia] lejos
de ser monopolio del Estado, es un atributo irrenunciable de la soberanía
popular".)
Volvamos
a lo de la mentira. Hannah Arendt: "las mentiras siempre han estado
consideradas como instrumentos necesarios y legítimos, no solamente del oficio
del político o del demagogo, sino también del hombre de Estado". El Estado
nos mantiene sumidos en una vida artificial, falsa, en la que pretende que
todos y cada uno de nuestros movimientos esté teledirigido. Vivimos en una
sociedad espectacular en la que se nos permite o bien ser simples espectadores
o simples actores (interpretando, no es matiz menor, el papel que otros
escriben para nosotros). Como espectadores (Debord), encendemos la tele y
vemos pasar la vida. De la misma manera que gritamos al árbitro que no pita a
nuestro favor, insultamos al político corrupto o recortador. Es la
representación de la parte pública, espectacular, del poder. Terminado el
partido, apuramos la cerveza y nos vamos a la cama porque mañana hay que volver
a empezar. La vida pasa sin rozarnos porque estamos fuera de ella. La otra
opción tiene que ver con nuestra condición de dominados, de seres tutelados
(Vaneigem). Queremos estudiar algo prestigioso y ganar dinero trabajando porque
es el papel que nos han escrito. Queremos brillar delante de las cámaras.
Queremos el Oscar al mejor ciudadano del año y nos esmeramos al máximo. Pienso
como me han enseñado a pensar, siento lo que me dicen que sienta, amo como se
ama en las películas, deseo lo que anuncian por la tele...
La
sociedad espectacular ha sido siempre muy cuidadosa de infiltrarse en las
alternativas revolucionarias. Tras décadas, siglos, de esfuerzo la mayoría
de expresiones contestatarias son puro circo. De la misma forma en que
antes se iba los domingos a la playa con la tortilla de patatas y la pelota,
ahora vamos a la manifestación de turno con nuestra pancarta Do It Yourself.
Interpretamos el papel de revolucionarios de fin de semana, charlamos con los
colegas y dejamos que salga la tensión acumulada. El Estado es una olla a
presión en la que nos cocemos lentamente y las manifestaciones (y otras
expresiones similares: ILPs, recogidas de firmas, huelguecitas...) son la válvula
por la que sale la presión acumulada asegurando que la olla no explote.
El escenario
por antonomasia del espectáculo estatal es el Congreso. Allí se sientan los
representantes del pueblo que son en realidad los representantes de sus
partidos políticos que son representantes del partido único de partidos
(Rodrigo Mora) que es representante de la voluntad de los poderosos que dominan
al Estado y al pueblo. No sabemos quiénes son, desconocemos la ley según la
cual se reparten los escaños, no sabemos a qué se dedican, ni cuánto ganan en
realidad (a nuestra costa). Tanto desconocimiento hace que la palabra
democracia sea un chiste sin gracia. El Congreso es la excusa para la
existencia de partidos políticos porque el paripé democrático exige que esté
lleno de representantes de los mismos. Y, al tiempo que es la excusa, es la
trampa en el que cae todo aquel que todavía piense que las cosas se pueden
cambiar desde dentro. No es descabellado que alguna alma de cántaro haya
llegado a las listas de algún partido por méritos, se haya presentado a
diputado para cambiar las cosas, haya conseguido su escaño y se haya perdido, para
siempre, en las arenas movedizas del Estado.
Los partidos
políticos son engendros dedicados a asegurarse su pienso y el de amigos y
familiares. Sus intereses no tienen nada que ver con el bien común y sí con el
interés particular. Especialmente miserables son los partidos de izquierdas
porque traicionan una y otra vez su discurso por la vía de los hechos. Esto es
tan evidente y frecuente que causa rubor tener que señalarlo. Aun así, la
mayoría parece no verlo o no querer verlo. Las evidencias no están de nuestro
lado. Su afán de poder y privilegios es tal que uno de sus empeños es controlar
el circo contestatario. Cuando no se ponen al frente de las
manifestaciones, intentan controlarlas desde la retaguardia (¿mareas?), siempre
con el objetivo de sacar rédito electoral. El historial del PSOE es tan
repugnante que no apetece repasarlo. El de IU también tiene lo suyo, a pesar de
sus escasísimas experiencias de gobierno (véase Andalucía en la actualidad). Y
si hablamos del PC pues ya podemos empezar a tirarnos de los pelos (acabaron
con la revolución del 36 y marranearon todo lo necesario en la transición solo
para asegurarse un sitio en el Congreso). El sentido contrario también
funciona. Son muchos los que tienen ambiciones personales pero las disimulan
cuando están en los movimientos sociales mientras miran de reojo a algún
partido (o sindicato) cercano. A la menor oportunidad, aprovechan y se
meten en el partido para medrar. Sería divertido ver dentro de algunos años
cuantas personas relacionadas con el 15M, la PAH o las mareas acaban en cargos
de partidos políticos.
En
el Congreso se puede ver escenificada otra mentira: la de la separación de
poderes. ¿Qué ley propuesta por un gobierno con mayoría absoluta se
cambiará en el congreso? Es más, teniendo en cuenta que el voto de los
diputados es ordenado por la dirección del partido, ¿qué sentido tiene el
congreso? En lo que llevamos de legislatura, el congreso no ha servido para
nada. Viendo, además, la manera de entrometerse del Ministro de Justicia en los
órganos de gobierno de los jueces o en la forma habitual de etiquetarlos en
progresistas (es decir, que deben favores al PSOE) o conservadores (los favores
los deben al PP), se llega a la convicción, o al menos a la duda, de que el
poder judicial tampoco es independiente de los otros.
La
forma que un Estado tiene de gobernarse son las leyes. Una cosa es tener
el poder y otra la capacidad de ejercerlo. Para poder hacerlo es por lo que se
promulgan leyes y se activa la maquinaria requerida para imponer su
cumplimiento. Mucho habría que decir pero apunto solo dos cuestiones. Las
leyes, a través de indicar las conductas positivas o permitidas y diseñar
siempre una relación de faltas/delitos, se basan en una de las formas más habituales
de modulación de la conducta y el pensamiento: el premio y el castigo.
Conviene tener en cuenta que se trata de un binomio inseparable: si hay premio,
hay castigo, y viceversa. Algunos pedagogos animan solo a que se premie,
dejando de lado el castigo, pero la ausencia de premio, especialmente cuando
otros se lo llevan ya es un castigo. En la actualidad es (prácticamente)
imposible educar sin recurrir al premio-castigo. Y cada vez queremos más. A
cada nuevo problema o escándalo se ofrece (y se pide) una única solución: más
leyes. Y aquí llega Tácito, historiador y cónsul romano, a poner los puntos
sobre las íes: "Cuanto más corrupta es una sociedad, más leyes promulga".
La otra cuestión relevante tiene que ver no ya con los inspiradores de las
leyes, aquellos que vigilan que siempre les favorezcan, sino con lo que las
redactan. Se trata de un cuerpo de funcionarios altamente especializados y
desconocidos (Rodrigo Mora) que manejan un lenguaje ajeno a la mayoría y
forman parte del estado independientemente del gobierno de turno, aparece así
una nueva élite (menor, eso sí) en nuestra historia. Una cosilla más: he
escrito que hay quien vigila para que las leyes siempre les favorezcan. Bueno,
no es del todo así. En realidad, les importa un comino lo que pongan las leyes
porque estas son para el pueblo dominado y no para los dominadores. Para ellos
está la impunidad, las apelaciones, las oportunas prescripciones y, como último
recurso, los indultos. Otro autor viejuno, Anacarsis, filósofo escita (s. VI
ac): "Las leyes son como las telarañas, ya que si algo indefenso e
insignificante cae en ellas, lo atrapan con fuerza, pero si algo grande cae en
ellas, rompe la trampa y escapa".
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