Cada miércoles un cuento en El Estafador

lunes, 7 de enero de 2013

Cuestión de corbatas


En una entrevista radiofónica, dijo José Saramago que, en cuestión de corbatas, era implacable. Gran frase, sí señor. Pero hay que mostrarse reticente con el escritor portugués. Sus simpatías hacia el Partido Comunistas eran algo antipáticas. El PC, cualquiera que fuera su tercera sigla, B de Bolivia, E de España, F de Francia, etcétera, ha sido siempre un partido templado, pactista, ávido de poder, contrarrevolucionario a fin de cuentas y, por tanto, de derechas. Saramago, como escritor, tiene algo de todo eso. Forzó un poco el estilo al introducir los diálogos en el mismo párrafo de la narración, acabó, felizmente, con los guiones de las conversaciones entre personajes. Pero nada más. Con ese solo efecto especial, con una sola innovación, se sintió satisfecho y la repitió hasta el aburrimiento total. Sus libros acabaron pareciéndose demasiado los unos a los otros. Pero respetaba las corbatas y eso habla bien de él.



Mayakovsky, futurista ruso, poeta, pintor, soldado de la revolución, también apreciaba el valor de las corbatas. En sus memorias escribe: Por lo tanto, lo más notable y más hermoso de un hombre es su corbata. Él se hizo una con una cinta amarilla de su hermana. Me gustaría dedicarle un post al ruso, así que no diré mucho más. En todo caso, es interesante señalar que si bien Mayakovsky participó en la revolución rusa, con versos y balas, acabó peleando contra el estalinismo y su burocracia inhumana. Su última obra de teatro estrenada, “El baño”, va de eso.



Durante el siglo XIX, el dandi era un francotirador, un tipo que abofeteaba a la sociedad conjuntando prendas de forma inaudita, caminado con altivez, despreciando el trabajo asalariado... Elegancia e individualidad contra sumisión y abovinamiento. Pero a las personas les gusta juntarse entre ellas. El amor está en el aire. La bohemia, borracha pero bien vestida, aunó subjetividad y grupo. Ahí está, sin ir más lejos, Julio Camba.



A los 16 años se escapó de casa para no ingresar en el seminario, se escondió en un barco atracado en Vigo y acabó en Buenos Aires, tratando con grupos subersivos. Allí conoció a un tal Orsini, pero no el de las bombas sino el de las corbatas. 



Orsini era un anarquista italiano, barbudo, gordo y jovial que puesto que tenía apellido de terrorífico, no le quedó más remedio que hacerse anarquista. Su padre era un burgués cualquiera empeñado en que su hijo fuera un hombre de provecho. Le puso una tienda de comestible y, en cierta ocasión, le hizo llegar un paquete de corbatas rojas, todas iguales, para que las vendiera y se ganara el jornal. Orsini las repartió entre sus amigos. La policía creyó que se trataba de algún tipo de contraseña entre ellos. Más de uno, anarquista o no, fue detenido e interrogado por llevar una elegante corbata roja.


Con Dadá, el dandismo dejó ser cosa de solitarios, y se convirtió en consigna de la banda (o movimiento supraindividual). Dadá pretendía acabar con todo y estaba dispuesto a rellenar su arsenal con lo que hiciera falta, ya fuera una letra, un fonema, una máscara o una corbata (Dadá es la conciencia del mundo y la conciencia del mundo recurre a cualquier forma para asestar sus golpes). Así lo dice Richard Huelsenbeck en su “Avant Dadá”: El dadaísta ha retirado su mirada de la lejanía y le importa poseer unos zapatos bien ajustados y un traje impecable.



La revolución irá bien vestida o no será.  

1 comentario:

Félix dijo...

Se trata de sacar las vergüenzas de todos. Por eso, como mínimo, la revolución es nudista.