La Dominación también sueña, también
acaricia sus utopías, oscuras y miserables, distopías desde nuestro punto de vista. La
Dominación sabe que está rodeada de peligros, personas que quieren
ser libres, amarse sin condicionantes, dar rienda suelta a sus
subjetividades, jugar hasta perder el aliento. La Dominación se ve
obligada a tener en marcha toda clase de sistemas de sumisión:
medios de comunicación, educación, publicidad, militares, catedráticos, policías,
parlamentarios... En palabras de Balzac: Todo poder es una conspiración permanente. Por no hablar de la terrible
inquietud de que algún día algo falle y se vea liquidada. Ah, la Dominación, tan cansada y asustada pero triunfante, al fin y al cabo.
La Dominación aspira a convertirnos en
borregos, marionetas productoras y consumidoras, ciudadanos
obedientes con una papeleta de voto entre los dedos. La aspiración de la que hablamos ha sido reproducida hasta el aburrimiento en películas, tebeos, libros. Hasta en los dibujos animados de éxito popular. Para la Dominación, la
persona ideal es como el pez de una de las películas de Bob Esponja,
con un cubo embutido en la cabeza, dispuesto a obedecer todas las
órdenes que le lleguen, en este caso de Plancton, el malo de turno. Personas con un cubo de cebo en lugar de
cabeza, restos podridos de animales marinos en lugar de cerebro. La metáfora es tan atractiva que era imposible eludirla. La ficción no hace, con estas historias, más que usar dos de los significados del verbo "conjurar". La quinta acepción que el DRAE otorga a esta palabra es: Rogar encarecidamente, pedir con instancia y con alguna fórmula de autoridad una cosa. La sexta es: Impedir, evitar, alejar un daño o peligro. De esta manera, podemos ver a los trabajadores de la ficción como sádicos o quintacolumnistas de la Dominación o como magos que pronuncian sortilegios para evitar el desastre.
La Dominación, sin embargo, es efectiva. Sin descartar los servicios prestados por escritores, guionistas y artistas de todo pelaje, está consiguiendo, gracias a la tecnología, que su sueño sea más real que nunca. Lo que en
tiempos fue denunciado como Pensamiento Único aspiraba, en realidad,
a ser Pensamiento Cero. Nada por aquí, nada por allá. Mentes en
blanco. Pizarras en las que escribir el destino que nos tiene
preparado. La Dominación quiere mantener la situación atada y bien atada y qué mejor forma de conseguirlo que inducirnos a que seamos nosotras mismas las que hagamos esa labor. Así,
somos las primeras en censurarnos, en no pensar tal cosa porque es
muy arriesgada, en no hacer tal otra porque estaría mal vista, en pretender hacer la revolución vía internet. Somos
nuestra propia policía para regocijo de la Dominación. Hay que
reconocerle que sabe lo que se hace.
Hay una idea sobre la tecnología que Félix Rodrigo Mora enuncia de la siguiente manera: a mayor perfección del objeto técnico mayor degradación del sujeto que de él se sirve. No se trata de demonizar la tecnología porque según el razonamiento de Rodrigo Mora, la bondad o maldad de los ingenios depende del uso político que se haga de ellos, de su intencionalidad. Y según el adagio samurai, no es el arma sino el guerrero que la empuña. Sea como sea, la esencia de muchas expresiones concretas de la tecnología consiste en que el sujeto, al tiempo que se cosifica, debe transferir al objeto tecnológico buena parte de sus habilidades. Y eso nos lleva al meollo de esta entrada.
Las nuevas tecnologías, al igual que los dibujos animados o la Aritmética, también ofrece metáforas para continuar con el tema uno o dos párrafos más. La nube, sin ir más lejos. Dentro de poco, los discos duros de nuestros ordenadores estarán vacíos porque toda la información se depositará en grandes servidores, quedará flotando en la nube, es un decir, para que podamos acceder a ella cuando nos plazca. Lo mismo que pasará con las fotos o archivos de texto, sucede ya con las ideas, las opiniones e, incluso, los sentimientos. La Dominación elabora lo que debemos pensar, sentir, hacer y lo coloca en una nube que flota sobre nuestras cabezas huecas. De tal forma que cuando queremos saber qué opinar sobre este o aquel tema, escuchamos una tertulia radiofónica o leemos un periódico. Y cuando queremos saber cómo ser felices, vemos anuncios en la tele, para acertar con la bebida que nos hará especiales o la prenda de ropa que nos hará sobresalir de la masa. Dicho de otra manera: