miércoles, 8 de octubre de 2008
Dos escenas incomprensibles
Una. Volviendo esta mañana del cole, he tenido que sortear con cuidado a una mujer que se había metido de más en la carretera. Hablaba a gritos con otra mujer que estaba en la acera de enfrente, bajo la marquesina del autobús. Estaban lo suficientemente lejos para no oírse con claridad y se notaba que gritaban repitiendo las mismas cosas una y otra vez. Y estaban lo suficientemente cerca para, dando unos pocos pasos, hablarse sin necesidad de chillar y entenderse a la perfección. ¿Por qué han preferido el grito y la incomunicación a la cercanía y el entendimiento? No sacaré ninguna conclusión de esta escena incomprensible.
Dos. Metro de Madrid, 2002. Esperamos que llegue nuestro tren y nos vamos al fondo del andén porque es donde menos gente hay. En el último banco, pegado a la pared del final, hay una chica sentada. No recuerdo si estaba leyendo o con la mirada perdida en un punto desconocido. Creo que lo segundo. Llegó el tren. Cada cual subimos a un vagón como buenamente pudimos. La chica del banco miró al metro durante una décima de segundo con una mezcla de desdén e indiferencia, después volvió a perder la mirada en un punto desconocido. No hizo ningún gesto para levantarse. El metro se puso en marcha y la oscuridad del túnel borró la incomprensible imagen de aquella chica sentada en un rincón del anden sin intención de ir a ninguna parte.
No es por quitarle el romanticismo a lo de la chica del metro, pero... para mí, que la chica estaba ya asqueada de esperar a alguien en el andén. Lo digo porque a mí me ha pasado alguna vez y.. sí, miras el tren, el andén, la nada... y la persona no llega y te aburres y el tiempo, entonces, va aún más lento.
ResponderEliminarUn saludo.
Pues es más que posible que fuera eso, sí. Mucho mejor que las terribles cosas que me imaginé yo, tan dado al romanticismo desolador.
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